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Crítica: "Oswald. El falsificador", por Paco España

Filmin coproduce y alberga Oswald. El falsificador, un interesante documental. En él nos habla de Osvaldo Aulestia Bach, hijo del famoso escultor y pintor Salvador Aulestia, un artista que escogió el lado oscuro para desarrollar su capacidad artística. Su director, Kike Maíllo, es el responsable de títulos tan interesantes como Eva, Toro o Cosmética del enemigo, aunque en los últimos tiempos se ha centrado en la realización de esos cortometrajes publicitarios para empresas punteras de los diferentes sectores económicos que tan beneficiosos, desde el punto de vista económico, deben resultar, tal es el caso de La octava dimensión, Cuanto o En tu cabeza.


Oswald, que así se hace llamar el protagonista de nuestra historia, es un artista con una capacidad creativa importante, pero con una cara dura y un afán de vivir la vida, por encima de sus posibilidades, descomunal. Eso hizo que pronto se diera cuenta de que vivir al ritmo que precisaba, de lo que le producía su arte, iba a ser muy complicado, por lo que decidió adentrarse en las procelosas aguas de la creación y copia de obras pictóricas de artistas de renombre como Miró, Dalí, Tapies, Modigliani y otros, creando una red oculta de distribución de obras de arte que abarcó gran parte de Europa y Norteamérica, actividad por la cual estuvo perseguido por distintos cuerpos internacionales de Policía. La película nos muestra una persona escurridiza, tanto para obtener su imagen como sus testimonios, con el que nunca sabes si son ciertos o fruto de su imaginación, un hombre próximo a los 80 años de edad que tiene un carisma y un magnetismo personal incuestionable, del que no puedes apartar la mirada en cada momento de los que aparece frente a la cámara. En el documental intervienen personas de su familia, su sufrida pareja y su hija, además de otras que no dejan de resultar entrañables y que compartieron actividades artísticas y económicas al margen de la ley.


He de reconocer que, una vez que terminé de ver la película, hice en breve trabajo de investigación a través de Google para comprobar que esta persona existía realmente y había tenido las actividades en los términos que acababa de ser testigo, porque no estaba seguro de que lo que me habían contado fuera cierto, ni en parte ni en su totalidad, ya que la película utiliza un lenguaje y unas herramientas estilísticas que aparentan del falso documental, aparte de las peripecias del artista, que rozan la inverosimilitud en muchos momentos. Pude comprobar que no se trataba de ningún 'fake' y que lo que cuenta el documental está en el terreno de la no ficción y, aunque así lo fuera, no dejaría de ser un trabajo muy curioso, entretenido y de considerable interés.