Ópera prima de su director, Víctor Cabaco, y con las televisiones española y vasca en la producción, Vitoria, 3 de marzo cuenta, a modo de documental ficcionado, los hechos ocurridos en esa ciudad y esa fecha en 1976, pocos meses después de la muerte de Franco y durante unas serias revueltas ciudadanas en las que se pedían mejoras sociales y laborales para los trabajadores, jornadas de cuarenta horas semanales, repartida en cinco días, cobertura médica de calidad y gratuita, pensiones dignas con las que se pudiera vivir… Sí, efectivamente, éstas eran las cosas que se pedían hace 43 años en la lucha obrera.
En una época histórica complicada, con las clases oprimidas deseando sacar la cabeza a la superficie, tras cuarenta años de dictadura, y otra clase poderosa, que veía como se le escapaban sus privilegios (largamente disfrutados) entre los dedos de las manos, se produjeron unos enfrentamientos ente los trabajadores y la policía, cuyo momento álgido se produjo en la iglesia de San Francisco de esa ciudad y acabó con la muerte de cinco trabajadores y casi otros cien heridos, la mayoría por arma de fuego.
En esa iglesia se había reunido una gran cantidad de trabajadores, con las facilidades de la iglesia y sacerdotes de Euskadi que, como suele ser habitual, actúan de manera muy diferente al resto de España. La presión de las clases poderosas, que sabían que el país era una bomba y la mecha estaba en Vitoria como se menciona en la película, llevó a éstos a intentar dar ejemplo al resto de provincias y así se desencadenó la masacre.
El principal valor de esta película es su intención histórica y didáctica sobre un episodio que, a pesar de su importancia, es muy poco conocido, como puede constatar el que suscribe, que realizó el servicio militar en esa ciudad cinco años después de los hechos sin oír nada al respecto. La película se vertebra alrededor del personaje de una joven vitoriana, cuyo novio es representante de los trabajadores, su padre es periodista y su madre tiene relación e influencia sobre un relevante miembro político. De esta manera, se tocan todas las fuerzas enfrentadas en el conflicto. Utiliza imágenes y grabaciones de audio policiales auténticas, lo que le da un notable toque de autenticidad.
En cuanto a la realización es plana y bastante básica, viéndose con mucha claridad la diferencia entre las imágenes documentales y las rodadas para la película, aunque se intente cerrar continuamente el plano y utilizar una cámara muy nerviosa, especialmente en los enfrentamientos, para que no se vean las costuras, pero se ven. Las interpretaciones distan mucho de transmitir emoción y credibilidad, aunque el trabajo de Alberto Berzal y especialmente de la reinosana Ruth Díaz salvan este capítulo, al encargarse con acierto de personajes de más profundidad y con diversas aristas. En definitiva, una muestra valorable del, casi desaparecido, cine político que se ve con interés, más por lo que cuenta que por como lo cuenta.