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Crítica: "El árbol de la sangre", por Paco España

El momento que me produjo más agrado en esta proyección fue en el que, después de 130 minutos y teniendo como fondo el bucólico paisaje de un valle vasco, aparece en pantalla la frase 'a mi madre' seguido del comienzo de los títulos de crédito finales de la película, cosa que indicaba que ya podía abandonar la sala y dedicar mi tiempo a algo que realmente me interesara, ya que las peripecias de todos estos personajes me habían dejado de interesar muchos minutos antes.


Julio Medem, ese director y guionista vasco con apariencia de galán de cine, tiene una larga carrera en la profesión. Comenzó con Vacas, en 1992, donde conocimos al actor Txema Blasco; seguido de La ardilla rojaTierra, Los amantes del Círculo Polar, Lucía y el sexo y La pelota vasca. La piel contra la piedra, este último controvertido documental por tratar cara a cara el tema del terrorismo etarra y que supuso el final de sus trabajos más interesantes.


A este le siguieron Caótica Ana, Habitación en Roma, Ma ma y El árbol de la sangre, trabajos estos últimos con un descenso  en el acierto para reflejar el aspecto humano de sus personajes, al mismo tiempo que se consolidaba un universo personal marcado con un formalismo visual y un carácter onírico en su narrativa que se ha convertido en su señal de marca.


El árbol de la sangre cuenta la historia de Marc y Rebeca, dos jóvenes amantes que se desplazan a un caserío vasco de la familia para escribir la historia de sus familias a cuatro manos, con lo cual la película está plagada de algo parecido a voz en off pero que realmente sería 'voz en on' porque vemos a los personajes que narran lo que estamos viendo, incluso frases que pronuncian estos mismos las oímos inmediatamente después en los labios de los personajes de los que están escribiendo.


Julio Medem tampoco se corta a la hora de autohomenejearse (o autoplagiarse), caso de Vacas, recreando imágenes de estos bóvidos, especialmente planos cortos de sus ojos, incluyendo toros esta vez; o repitiendo enérgicos coitos acuáticos, esta vez diurnos, como en Lucía y el sexo, algo lógico teniendo en cuenta que uno de los personajes cuenta con un porcentaje de testosterona en sangre que duplica al de la media, lo que le convierte a algo similar al protagonista de la fiesta nacional española, en el aspecto sexual, además, con una frase de diálogo de su personaje donde afirma que le gustan las vacas porque 'soy un toro', algo que ya carecía de originalidad en mi infancia.


En la película se incluyen diversas historias de amor y desamor, pasajes de paternidad responsable, tramas de mafia georgiana y episodios de bisexualidad y amor lésbico, y, de esta manera, estar actualizado en la manera de reflejar la sexualidad moderna.


No se puede decir que el conjunto del reparto esté desacertado en su trabajo. Úrsula Corberó, Álvaro Cervantes, Najwa Nimri, Patricia López Arnaiz, Daniel Grao, Joaquín Furriel no lo hacen mal, pero la historia no termina de encajar en ellos, ni ellos en la historia.


Creo que mi mente desconectó definitivamente en la secuencia en la que una vaca, desprendida de un árbol, está a punto de acabar con los dos amantes que se encontraban bajo el mismo, y, sin querer hacer spoiler, la manera en la que uno de los personajes decide ser materia prima para trasplante multiorgánico culmina un amplio catálogo de excentricidades de difícil digestión con una escasa capacidad de síntesis.