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Crítica: "Cincuenta sombras liberadas", por Javier Collantes

El arte cinematográfico continúa tocando temas universales desde sus diversos puntos de vista, de modo que bodas, divorcios, reencuentros y relaciones de pareja en todas sus vertientes han sido y son objeto de infinidad de títulos que, con aciertos y desaciertos, nos descubren historias que alcanzan, en la mayoría de los casos, cierto éxito comercial, en algunos proyectan grandes películas y, en otros muchos, episodios fílmicos totalmente olvidables.


Ahora, enmarcada en la moda de las trilogías con escaso sentido narrativo -y sí como vehículos cinematográficos para cuantiosos beneficios económicos en un hábitat en el que la taquilla manda y el público responde en las salas hasta superar con creces el presupuesto del film en cuestión-, Cincuenta sombras liberadas, desde este razonamiento tan lógico y obvio como aplastante y consumado, pretende seducir con una apariencia romántica y dosis de sexo fino.


Cincuenta sombras de Grey, Cincuenta sombras más oscuras y Cincuenta sombras liberadas, basadas en superventas literarios convertidos en caldo de cultivo para espectadores poco exigentes, ofrecen lo que prometen, una adaptación fiel al espíritu inicial con una moral expuesta para no escandalizar. Tras un primer episodio bastante endeble y una continuación bastante nefasta, la tercera entrega empasta una historia de suspense de ínfima calidad.


La resolución de las cuestiones maritales de Anastasia Steele y Christian Grey nos presenta a unos personajes que permanecen inmóviles en sus registros interpretativos, circunstancia que se añade a las evidentes carencias de tramas en su metraje. Desde la práctica, Cincuenta sombras liberadas son los reglones torcidos de una estética de videoclip sin estilo para un millonario frustrado y una chica sometida voluntariamente a una dominación sexual exenta de miradas.


La mazmorra supuestamente oscura de Cincuenta sombras liberadas nos ofrece una sala de juegos para comportamientos sadomasoquistas de diseño, vacíos de contenido y de tan baja estofa en planificación y secuenciación, banda sonora... que su mera exhibición se convierte en una desdicha. Sin apenas destacar nada, pues nada tiene, este film es un despropósito en su conjunto y, sin lugar a dudas y por deméritos propios, es la peor de las tres sombras.


Sin luces, con diálogos ridículos y carente de unos elementos mínimamente aceptables, Cincuenta sombras liberadas sirve, al menos, para recordar una máxima fílmica: con una película tan flácida y nada penetrante, también se aprende cine. Por fin, sin el más remoto atisbo de haber visto algo excitante y con el lamentable recuerdo de sus azotes, se acaba esta penosa trilogía que, con un final feliz de anuncio familiar, nos rescata de futuribles gatillazos.