La adaptación de la mítica novela de Agatha Christie por parte del actor y director Kenneth Branagh, en sus dosis teatrales y con el bagaje de su gran faceta shakesperiana en sus anteriores trabajos cinematográficos, nos conduce a un lugar apartado de la antigua Yugoslavia, a un tren de lujo, el Orient Express, procedente de Estambul, envuelto en una fuerte tormenta de nieve que obstaculiza el viaje.
El detective Hércules Poirot se encontrará, en este convoy fílmico, con uno de los casos más sorprendentes de su carrera en la investigación delictiva-criminalista: un viajero ha sido asesinado y una serie de sospechosos, en un viaje estancado por las circunstancias de la naturaleza en ambos sentidos, concita presunciones de suspense, confesiones de verdades y mentiras, manipulación y secretos, en un itinerario de la conducta humana entre el bien y el mal.
En 1974, Sidney Lumet dirigió con acierto una versión de dicha novela merced, por un lado, a unas capacidades fílmicas realmente magnificas y, por otro, a un reparto que ofreció una lección de interpretación -Albert Finney, Ingrid Bergman, Lauren Bacall, Sean Connery, Jacqueline Bisset, Anthony Perkins, Vanessa Redgrave-, pero también al cuerpo y alma narrativo del espíritu literario de Christie. Un film inolvidable que, sin ser una obra maestra, conseguía, consigue, un notable interés.
Los tiempos cambian y las comparaciones, sí, son odiosas, pero, a veces, resulta inevitable y necesario establecer ciertos parámetros de lectura fílmica. Es, en algunos aspectos, como esta nueva visión de Branagh, un viaje de vía estrecha, con traqueteos en sus aspectos narrativos, distante y fría como el propio paisaje, artificiosa en sus terrenos del decorado tecnológico, bajo una fotografía luminosa nada natural salvo en su parte final, al igual que su partitura musical.
El clasicismo brilla por su ausencia. Salvo en algunas secuencias, más plástico que autenticidad. Sí resulta destacable el esfuerzo del reparto interpretativo: desde el propio Branagh, Penélope Cruz, Willem Dafoe, la excelente y extraordinaria Judi Dench, la presencia de Johnny Depp... pero, sobre manera, el papel y el personaje, y por encima incluso el registro interpretativo, de Michelle Pfeiffer, que confiere credibilidad a una historia que descarrila.
Pfeiffer convence en un su estatus de transmitir e imprimir fuerza a un personaje. Así, en esta nueva propuesta de un viaje del camino de hierro en 1935, su sentido queda estacionado como un relato fílmico artificioso y engolado, en una vía muerta en la que, a pesar de su reconocida corrección, la combinación de teatralizar el lenguaje del cine resulta desigual. Ser o no ser, he ahí la cuestión.