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Crítica: "El caso Sloane", por Pelayo López

La nueva película de John Madden, un retrato de esas órbitas concéntricas que transitan en torno a los centros de los poderes político y sobre todo económico que emanan de la aparente constitucionalidad norteamericana, tiene como señas de identidad todas las necesarias, a priori, para encontrarnos ante una historia capturadora de la atención del espectador, sobre todo, un argumento sólido con la crónica contractual como telón de fondo, y un personaje de los que dejan huella acentuado por la condición todoterreno de una actriz como Jessica Chastain que parece no dar palos de ciego.


Distanciándose de productos bienintencionados y altavoces de un mensaje de positivismo entre envolturas filosóficas y caramelos de autoayuda, como las enmarcadas en El (nuevo) exótico Hotel Marigold, el director de Shakespeare enamorado, que ha dejado de lado la música desafinada de La mandolina del Capitán Corelli, vuelve por sus fueros y lo hace de una intérprete a la que ya moldeó en una más que recomendable ejemplo de cine de contra-espionaje y dualidad moral como La deuda. La camaleónica pelirroja se pone a sus órdenes para meterse en cuerpo y alma en un personaje que da miedo.


Este thriller político, con la ley de control de armas de trasfondo, se desarrolla en los escenarios de Washington DC donde verdaderamente se toman las decisiones importantes. Más allá de la Casa Blanca y el Capitolio, la mutación estructural de las altas esferas ha deparado en una red de lobbies capaces de vender un mensaje y el contrario con el mismo criterio argumental y sin ambigüedades éticas en sus juicios de valor. La dialéctica como camino a la verdad absoluta y la imagen de marca como justificación de un ideario que, no obstante, puede enmarañarse por la irrupción asistemática de unos incontrolables valores personales de alto voltaje.


La exultante filmografía de Jessica Chastain no presenta una media inferior al notable, circunstancia que acredita de nuevo con un personaje inquietante en su comportamiento y determinante en sus convicciones. Junto a ella, un reparto coral que, sin hacer sombra, transcriben a la perfección sus roles secundarios como Mark El Topo Strong, John Interstellar Lithgow y, básicamente, el detonante emocional encarnado por Gugu Mbatha-Raw, una actriz a tener en cuenta tras títulos como la necesaria Los hombres libres de Jones o la irregular La verdad duele.


El caso Sloane, por tanto, admite a trámite un visionado reflexivo en plenitud de condiciones, un análisis pormenorizado de unos diálogos que, entre condiciones intrínsecas del propio ordenamiento jerárquico norteamericano, acentúa planteamientos universales y saca a la luz pública y mediática cuestiones extrapolables a tramas y corruptelas de las que vamos bien servidos en el día a día de la actualidad patria. De las barras y estrellas, a los barrotes y grilletes. Como anticipa el propio guión al principio de su historia, en este juego de trampeo lo importante es tener la última baza y que no se vea venir. El caso Sloane, la certera dispersión del posible acierto.