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Crítica: "Spectre", por Javier Collantes

Cuando una saga es capaz de vencer al 'tiempo', significado metafórico y a su vez transcendental en el devenir de la propia cinematografía, se (pre)supone la identificación (ir)racional, tanto individual como colectiva, con un personaje determinado y/o unas características reconocibles. Esta vigesimocuarta aventura del agente 007, en su (des)codificación James Bond, retrata una mirada mucho más humanista, cercana y emocionante en una demostración verdaderamente prodigiosa del denominado cine comercial con explosiones consensuadas.


Un encuentro con su pasado, una organización criminal, un mensaje y una investigación, persecuciones y affaire... México DF, Roma, Londres... Itinerario mochilero y trotamundos, de navaja albaceteña, para terminar dirimiendo las batallas personales y más importantes a las puertas de su casa propia. Todo ello con un sentido visual, y sobre manera argumental, digno de llamarse séptimo arte. Sam Mendes consigue un tratamiento de etiqueta al servicio de su majestad de celuloide, unas trazas narrativas de maestro shakesperiano en la búsqueda de uno mismo ante los dilemas del bien común o propio, así como la recuperación para la franquicia del concepto de secuaz del villano.


Una caligrafía auténtica de puño y letra redondea y acentúa un nítido y honorable homenaje a la historia, reciente y no tan reciente, del propio agente secreto. En un entorno de lujo y glamour, oscuras conspiraciones, gadgets futuristas y ambiciosos planes orwellianos, solo ante el peligro en un pasado presente para cimentar su lugar en el mundo. Daniel Craig nacido para ser el agente doble cero genuino, el flash momentáneo de la 'mamma' Monica Bellucci, la amazona suavemente edulcorada y claramente ilustrada Léa Seydoux, y el perfecto antagónico géminis Christopher 'Hannibal' Waltz.


El fluido dinamismo de los movimientos de cámara sobresaliente incluso en las escenas de riesgo todo-terreno más espectaculares, la sobresaliente banda sonora cuyo 'tempus fugit' inicial y final marca el ritmo de los fotogramas en un montaje orquestal capaz de levitar la tensión de un minutaje sin diálogo alguno, la estilosa elegancia natural de un personaje y su equipo abecedario, el rocoso romanticismo de florecientes sentimientos bien entendido, el malhechor y el justiciero, dos caras de una misma moneda e infancia que dibujan un verdadero cuadro de emociones, un cine de entretenimiento con parámetros maestros. Una bocanada de luz ante tantos films vacíos que se ven, pero no se sienten. Una obra pre-25 perfecta para disfrutar de un espectral 007 con licencia para...