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Crítica: "Eternal", por Jesús S.

De principio llamativa, esta película entra en el singular y loco mundo de '¿qué harías tú en su lugar?' o '¿qué tenemos que nos hace ser lo que somos?'. Preguntas colectivas o personales aparte, el reparto actoral cumple su papel menos que más de manera (des)afortunada. La presencia testimonial del veterano Ben Kingsley se salda con su saber hacer, muy en la línea de su alter ego en la más que recomendable "El caso Slevin".


El joven y absoluto protagonista Ryan Reynolds, con el aliciente de un papel con doble personalidad (tranquilidad, no es spoiler), demuestra una vez más su rigidez interpretativa: lo mismo da "Enterrado" que "Linterna Verde" o su perfil jurídico en "La dama de oro". Por su parte, resulta mucho más convincente, en la 'piel' de un malo malísimo sin estridencias, Matthew Goode, con su rostro juvenil imberbe, ya avistado en la imprescindible "Stoker".


Un lobo de Wall Street, diagnosticado de muerte, decide dejarse llevar por la posibilidad de la inmortalidad, un proyecto científico en el que no todo son luces al otro lado del túnel. Un científico obsesionado y empírico en si mismo. En el otro lado de la balanza, un 'envase' no diseñado genéticamente, sino 'resurrecto' tras un 'seguro' de muerte. La convergencia conflictiva de un triángulo en el que el flujo de ida y vuelta le permitirá al primero redimirse de sus errores y re-definir su futuro, al tercero recobrar una segunda vida ganada a golpe y al segundo ser víctima de su propia condición.


Personajes identificativos e identificables: un padre fuerte, rey en su mundo, que decide perdurar; un padre implicado, recipiente desmemoriado, decisiones pro familia. Desde sus primeros fotogramas, el desenlace final salta a la vista. Su estirado metraje nos deja sin pensar. Curiosamente, la premisa argumental debería, a mi entender, remover algo más mi poca inteligencia. Hasta la creatividad visual de su director, Tarsem Singh, ha perdido frescura respecto a la genuina "La celda" o su refrescante "Blancanieves". En definitiva, ir más allá de un mero intento por discernir, en nuestras mentes bipolares, entre dinero o vida.