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Crítica: "Perdida", por Pelayo López

(Spoiler más o menos) Pues sí, la 'perdida' del título no está perdida, desaparecida, secuestrada... ¡pero tampoco muerta!. Está más viva y 'conspirando' que nunca. Y no, no estamos destripando el final de la película -entre otras cosas porque para eso una vez más el guión tira de bestseller, y que el autor de la novela y del libreto sea el mismo da la sensación de permitir un afinamiento mucho mayor-. De hecho, el inicio y el final son el mismo, un rodeo circular que deja planteada una serie de preguntas en un primer momento y, después de atravesado todo el metraje, sigue con las mismas dudas rondando en la 'cabeza'.


Por el camino, David Fincher, sin duda uno de los realizadores más interesantes de nuestra era, divide su mirada fílmica en una doble narrativa: en la primera mitad del film, por un lado está la explicación de la 'idílica' formación marital y por otro las primeras pesquisas de la investigación policial que airean 'la sombra de la duda'; en la segunda, por un lado se retrata el diseño del 'crimen' y por otro la lucha contrarreloj por conseguir ser la 'pareja' de América. Como transición entre ambas, un nuevo prodigio de montaje que recuerda a la escena de las piraguas de "La red social".


Un matrimonio, un aniversario, una desaparición... Un refrán actualizado que también está presente: 'cuando la crisis entra por la puerta, el amor salta por la ventana'. 'A partir de ahí', la culpabilidad del esposo salta a la vista de la policía y la opinión pública. Las pistas así lo evidencian: sobres con cartas que llevan una tras a otra a evidencias incriminatorias, una amante descubierta, extractos bancarios, pólizas de seguros... El típico juego del ratón y el gato entre marido y mujer, y, por si fuera poco, un doble juicio (a)moral al que hacer frente entre vigilias nocturnas y el 'reality show' de turno.


Más allá de los giros argumentales -que los hay (unos más y otros menos previsibles)-, lo que llama la atención, por encima de todo, es la resolución definitiva. Seguramente, la menos esperada. No obstante, más allá de cualquier otra característica narrativa o audiovisual, estilo fílmico propio sobra y sale a la luz de manera portentosa. Desde los encuadres al detalle, con diferentes y logrados graduaciones fotográficas, hasta los movimientos de cámara, que acompañan tanto a los personajes dentro la secuencia como su intercalado plano a plano, contribuyendo a una fluidez estética y visual al alcance de muy pocos.


Ben Affleck como marido afligido, presunto culpable y víctima rencorosa no parece cambiar mucho en función de sus diferentes atribuciones; Rosamund Pike ("Jack Reacher") como esposa fantasiosa, presunta víctima y culpable ejecutora atraviesa un mayor entramado interpretativo. No obstante, los respectivos físicos de ambos, rocoso el de él y angelical el de ella, restan más que suman al computo general. Me quedo con la 'desconocida' Carrie Coon, en el papel de hermana de Affleck, quien sobresale por encima de todo el reparto en todo momento.


"Perdida" rezuma en cada fotograma al director de "Millenium: los hombres que no amaban a las mujeres", "Zodiac" y hasta "Seven". El fariseismo colectivo de una sociedad acostumbrada a diferenciarse a un lado y otro del umbral de la puerta de su casa luce como nadie: de puertas hacia afuera, la morbosidad mediática acaba con el principio de presunta inocencia; de puertas hacia dentro, la facilidad de la autocomplacencia propia y mutua constituye una bomba de relojería en un matrimonio que pasa de los 'cuentos de hadas' a los 'amores que matan'. Nadie conoce a nadie, ni nosotros mismos nos conocemos.


'¿Qué estás pensando?. ¿Qué estás sintiendo?. ¿Qué nos hemos hecho el uno al otro?. ¿Qué vamos a hacer?'. Así empieza y termina "Perdida", un retrato psicológico (y hasta psiquiátrico) del mundo de la pareja. Una visión nihilista abocada a un trayecto habitual y conformista entre el fracaso emocional y la atracción fatal. Un punto de no retorno, o vuelta con reseteo. De los sueños lúcidos de éter convertidos en juegos oníricos de carne y hueso, a las mansiones sobredimensionadas en donde las puertas suponen atalayas defensivas de microespacios cerrados. De lo común a lo extremo. De las filias a las fobias, del amor al odio, del sexo a la sangre... Nadie es inocente (del todo) y tod@s son culpables (de algo).