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Crítica: "Zipi y Zape y el Club de la Canica", por Pelayo López

La nueva adaptación cinematográfica de las tiras de Escobar para Bruguera, no es la primera pero las anteriores no tuvieron tanto recorrido promocional ni en salas -incluso tenemos en el archivo una serie de cintas de animación-, es, ante todo, una película infantil, para niños. Dicho (y entendido) esto, sin ningún tono peyorativo, "Zipi y Zape y el Club de la Canica" resulta una historia bastante entretenida con dos partes diferenciadas: una primera marcada por lo que (en Estados Unidos) sería una 'peli de instituto' -aquí nos limitaríamos a la ESO-, y una segunda diseñada como una gymkana aventurera que permite al conjunto de la película despegar del todo. Por mucho que se haya publicado, de varitas mágicas no se ve más que un comedor común; eso sí, del afán curioso propio de la edad, tan bien reflejado en "Los goonies", se pondera mucho más.


Para comenzar, atención a uno de los mejores diseños de producción global del cine nacional, quizás solo por detrás de los grandes del cine patrio a quienes sus nombres abren las cajas de seguridad. De hecho, ojo a, posiblemente, los mejores títulos de crédito iniciales de una larga temporada en un aspecto 'hibernado' en la cinematografía española. Por el contrario, entre los restos (negativos), el espíritu del cómic, al menos en lo que se refiere a los recuerdos de un servidor (lector durante varias temporadas de los tebeos), brilla por su ausencia, a no ser por una narración cinematográfica en formato cuento y la ya contrastada condición de 'gamberros', más bien traviesos, de la pareja de gemelos. La extracción narrativa de las aventuras de Zipi y Zape de su hábitat natural -¿qué fue siquiera de las menciones a sus progenitores, Don Pantuflo y Doña Jaimita, o a su profesor Don Minervo?-, comprensible desde una intención por actualizarse y acercarse al público infantil de hoy en día, para una o varias generaciones puede ser un lastre de desencuentro inicial. ¡Menos mal que su vestimenta característica no se quedó en el armario!. No obstante, esta distancia se va recortando y olvidando a medida que avanza un metraje de dimensiones acertadas.


En lo que al reparto se refiere, desequilibrios evidentes. Dentro del grupo de infantes, los peor parados son la pareja protagonista. La pareja de gemelos, Zipi y Zape, poco tiene que hacer ante sus compañeros de club: Filo, con sus reacciones hipergestuales ante casi todo, y Micro, con sus eructos y afición por los bombones. Ambos tienen conductas mucho más divertidas y eclipsan a los hermanos rubio y moreno. Por no hablar de Matilde, interpretada por la ya más actriz que sus compañeros Claudia Vega ("Eva"), quien les supera claramente como jefa 'scout' equiparando el rol femenino a los masculinos dentro de la estructura grupal y que, además, supone la chispa que detona el tema romántico dentro del argumento. Entre los adultos, más allá de los caricaturizados y excesivos 'pitufos' carcelarios, Javier Gutiérrez solventa esta papeleta como es habitual en su filmografía: con creces... incluso más. Sobrio y despótico en su liderazgo; temible y vengativo en sus desmanes. Por su parte, Javier Cifrián saca su figura más, más, más eeeeeeeen for-for-ma para acabar sacudiendo un personaje con empatía.

Zipi y Zape son enviados a un centro re-educacional por su particular conducta. Con la estructura del reclutamiento encubierto, allí entablarán amistad con dos niños más y la sobrina del director, pero tendrán sus más y sus menos con el 'duro' de turno y con el claustro directivo del centro, salvo el profesor de educación física, quien duda del ideario y la doctrina educacional de su jefe. Tras la presentación de todos estos personajes, el juego de verdad comienza... y, al mismo tiempo, la película gana enteros. Gracias a un catálogo de juguetes de la infancia (canicas, tirachinas...), pero sobre todo a un engranaje magistralmente lubricado para la ocasión a través de un mapa del tesoro y sus sucesivos enigmas por descifrar, el grupo de Zipi y Zape, entre una serie de efectos especiales muy meritorios -a excepción del baile final del Chikilicuatre que 'canta' y 'chirría'-, tendrá su cara a cara definitivo con el tirano director. Así podrán desenmascarar el secreto que se esconde entre los muros del centro. "Zipi y Zape y el Club de la Canica" consigue la sonrisa entre los niños de hoy en día, con lo que su resultado no puede ser más que satisfactorio. Su director, Oskar Santos, aunque en un camino poco o nada convergente con la fuente original, ofrece un producto compacto, una reactualización tan políticamente comercial como sumamente entretenida. Eso sí, ¡menos mal que la 'latinada' musical es al final!.