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Crítica: "Los últimos días", por Pelayo López

Los hermanos Pastor, que nos presentaron desde USA su ópera prima "Infectados", han regresado a su país de origen para filmar "Los últimos días", una odisea apocalíptica planteada sobre una pandemia global de agorafobia ante la que el personaje protagonista, interpretado por Quim Gutiérrez, no ceja en su empeño de localizar a su novia, a la que da vida Marta Etura, con la ayuda de la persona que, para más inri, iba a despedirle de su trabajo, en este caso José Coronado, que posee un GPS, una joya que, dada la nueva situación, 'no tiene precio'. ¡Ojo!. Aquellos que piensen en encontrarse con una especie de "Mad Max", o quizás algo estilo "Soy leyenda", ¡que se olviden!. Siento ser yo quien os diga que se parece bastante más a "Fin". Salvo un par de secuencias con cierta acción y tensión -una inicial en una estación de metro y otra en el supermercado de un centro comercial-, otro par emotivas relacionadas con elementos primigenios como la luz y el agua, y puede que con la metáfora de tener que viajar a través de túneles del transporte subterráneo y alcantarillas varias, no vamos a descubrir más que el viaje interior del protagonista.
Ante un posible origen múltiple de la epidemia mundial, circunstancia que nunca se llega a aclarar, esta nueva propuesta de Alex y David Pastor transita en coordenadas bastante similares a las de su anterior película. Una situación universal como marco contextual, unos personajes ante su propia realidad. Aunque el metraje avanza, algo que parece evidente, cierto es que, a modo de gymkana, se intercalan continuos flashbacks, unos en clave thriller y otros en tono melodramático. Para no llegar a desvelar nunca el origen de la pandemia, por el contrario sí que se prodigan los momentos que nos van anticipando la nueva realidad. Lo que sí abundan, además, son los instantes en los que descubrimos el estado emocional por el que atraviesa el protagonista: por un lado, la presión laboral; por otro, la presión sentimental de su pareja respecto a su posible descendencia. Curiosamente, este aspecto, tan de nuestro cine patrio, se reserva el puesto de honor al final del metraje.
La doble relación con su ex-verdugo y ahora aliado transita en paralelo a la crisis sentimental atravesada con su novia, declive de pareja acontecido justo en el preciso instante en que la epidemia les salpica. En el primero de los casos, de una relación jefe-empleado se pasa a otra sin graduación alguna, un simple cara a cara en pro de la supervivencia por vía colaborativa. En el segundo, pese al bache personal y los obstáculos exteriores, el norte sigue siendo el norte. Si te preguntas: ¿por qué han regresado a casa para firmar su segunda película?. La respuesta es clara: el lirismo poético audiovisual que culmina este peculiar viaje de supervivencia física y mental no encajaría mucho en una producción norteamericana, al menos no en una de la primera división. Un reparto en plan 'hago lo que puedo pero no sé muy bien porque estoy aquí', una narrativa demasiado segmentada y una ambientación apocalíptica e 'inframundana' ciertamente meritoria son las señas de identidad de una cinta que, pese a todo, sigue mostrando un camino a seguir por nuestro cine.