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Crítica: "Los amantes pasajeros", por Pelayo López

Después de "La piel que habito", Pedro Almodóvar 'muda' o viaja rumbo al exilio libertario en su nueva propuesta, el regreso a unas presuntas coordenadas de sobra identificables en su trayectoria, sin embargo aquí con una irreconocible comedia coral extravagante y ociosa sin el más mínimo atisbo de interés para el espectador común. Sin duda, para no ser demasiado incendiarios en nuestro comentario... bueno, pues sí, la entrada cuesta lo suyo y lo nuevo del realizador manchego resulta bastante lamentable: ni un ápice de humor y mucho mal gusto en lo que podría calificarse como 'una paja mental gravitatoria en plena travesía aérea'... ¡Vamos, un calentón 'con/sin sobrecargo'!. No en vano, y pese a incluir referencias a 'flirteos' reales o casos de corrupción, lo que más llama la atención, sobre todo por las innumerables veces en que se mencionan -o incluso se explicitan-, son todo tipo de términos sexuales... la mayoría relacionados con la confesa identidad gay del propio director.
Pasando al compartimento inclasificable del extenso reparto, Almodóvar consique lo que pocos o ninguno... y no precisamente para bien. Más allá de la posible gracieta incial del Banderas y la Cruz, con guiños a tierras natales y a 'la niña de sus ojos', de la consabida calidad interpretativa de Antonio de la Torre nada se sabe, y el reencuentro 'feliz' con su Cecilia Roth no va más allá de una peluca por aquí o un sostén por allá. Hugo Silva, Miguel Angel Silvestre y Carlos Areces, por siempre y para siempre... con lo mismo. ¿Y Paz Vega?. Mejor no seguir por ahí... Afortunadamente, la frescura candescente de Blanca Suárez compensa alguno de estos males de altura, sobre todo si sumamos a un Javier Cámara en uno de sus mejores estados de forma y la genialidad independiente de Raúl Arévalo, quien vuela por libre para demostrar una vez más que parece haber nacido para interpretar cualquier papel que se tercie.
En definitiva, tras elipsis temporales en pleno vuelo que no vienen a cuento, pies en tierra puntuales para tomar aire y no provocar asfixias de celuloide que se salen de un contexto general en el que el teléfono se ha presentado como la solución al resto de historias paralelas, números musicales 'cantosos', una buena ración de 'Aguas de Valencia' y relajantes de todo tipo y por toda vía, lo único que desea el espectador es que el avión por fin aterrice. ¡Ah!. Sí, es cierto. El pasaje iba rumbo a México D.F., pero un problema técnico con el tren de aterrizaje fuerza al comandante a poner en marcha el plan de emergencia y a que toda esto pretenda tener algún sentido: el hecho de que la cercana visión de una posible muerte asincere a todos los pasajeros de 'primera clase'. Pero es que todo es tan de menos...