¿Blancanieves, la madrasta, los enanitos...?. ¡Pues no!. El protagonista de la última adaptación cinematográfica del cuento infantil de los hermanos Grimm es, como el propio título indica, el cazador. Con una Blancanieves insípida y fría, una madrastra tan pendiente de su espejito como de su hermano títere y unos enanitos que aumentan en número (son 8) pero no en estatura (excelentes efectos especiales para reducir la talla normal de los actores hasta la mitad -por no hablar del 'ejército de las tinieblas'-), lo cierto es que, aunque no lo parezca, el desarrollo argumental de la conocida historia transita en función de los cambios de estado físicos (sobrio o ebrio) y emocionales (desconfiado o convencido) del musculos de acero.
Partiendo de la lógica discrepancia entre las bellezas subjetivas de Kristen Stewart y Charlize Theron, la primera parece descontextualizada y la segunda excesivamente segura de su supremacía. Por su parte, Chris Hemsworth cambia el martillo de Thor por otros utensilios más rurales, pero sin perder de vista su nivel interpretativo hieráticamente convincente en papeles de este corte.
En un nuevo marco más oscuro y apagado, con una banda sonora plomizamente demoledora -subsanada en los títulos de crédito finales por el 'arreglo' de Florence & The Machine-, merece la pena destacar una interesante carta de presentación de las dos rivales: tanto el siniestro pacto de la madrastra para retener su belleza y disponer de un espejito confesor propio del tratamiento de fluidos de la saga "Terminator", como el duradero confinamiento de Blancanieves en la torre de su castillo solamente liberado con los recuerdos de su infancia. Además, las escenas de acción y batallas se postulan como herederas del posicionamiento táctico del mismísimo Ridley Scott, al igual que el imaginario 'del Toro' al cruzar los límites del bosque prohibido, con un 'troll' a su medida. Curiosidad aparte, la permanente presencia pseudoreligiosa. En un primer momento, y de manera continuada durante el metraje, una especie de 'espíritu santo' que indica el camino a seguir. Por otro, la irrupción divina en clave 'paraíso terrenal' y, posteriormente, en forma de animal idolatrado. No obstante, a pesar del tono sombrío e inquietante en su conjunto, la tardía aparición de los '8' enanitos supone la aportación necesaria de dosis humorísticas, complementadas por la ironía socarrona del propio cazador. Sin el colorismo 'cursi' de la reciente versión de Tarsem Singh y Julia Roberts, Rupert Sanders consigue dotar a la suya de una personalidad más afin al espíritu literario del cuento, afortunadamente sin caer en las tendencias del universo publicitario y videoclipero del que procede. Más allá de las concesiones de casting pertinentes para el devenir del proyecto, "Blancanieves y la leyenda del cazador" no plantea, a priori, ninguna contraindicación destacada. Lástima, sin embargo, la dualidad erótico-romántica en el triángulo 'príncipe'-Blancanieves-cazador que no despierta ningún tipo de pasión y resulta absurdamente anodina y apática. Recuperando la senda narrativa, pese al tono cosmético del maquillaje y la sombra de ojos, en varios fragmento del metraje podemos discernir cierto aire 'feminista' más allá de los tópicos habituales. Aún así, si me lo permiten, confesaré estar más dispuesto a probar la eterna juventud en la bañera blanca de la madrasta, momento erótico fugaz, que sentir en los labios el tibio y puritano beso de Blancanieves.
En un nuevo marco más oscuro y apagado, con una banda sonora plomizamente demoledora -subsanada en los títulos de crédito finales por el 'arreglo' de Florence & The Machine-, merece la pena destacar una interesante carta de presentación de las dos rivales: tanto el siniestro pacto de la madrastra para retener su belleza y disponer de un espejito confesor propio del tratamiento de fluidos de la saga "Terminator", como el duradero confinamiento de Blancanieves en la torre de su castillo solamente liberado con los recuerdos de su infancia. Además, las escenas de acción y batallas se postulan como herederas del posicionamiento táctico del mismísimo Ridley Scott, al igual que el imaginario 'del Toro' al cruzar los límites del bosque prohibido, con un 'troll' a su medida. Curiosidad aparte, la permanente presencia pseudoreligiosa. En un primer momento, y de manera continuada durante el metraje, una especie de 'espíritu santo' que indica el camino a seguir. Por otro, la irrupción divina en clave 'paraíso terrenal' y, posteriormente, en forma de animal idolatrado. No obstante, a pesar del tono sombrío e inquietante en su conjunto, la tardía aparición de los '8' enanitos supone la aportación necesaria de dosis humorísticas, complementadas por la ironía socarrona del propio cazador. Sin el colorismo 'cursi' de la reciente versión de Tarsem Singh y Julia Roberts, Rupert Sanders consigue dotar a la suya de una personalidad más afin al espíritu literario del cuento, afortunadamente sin caer en las tendencias del universo publicitario y videoclipero del que procede. Más allá de las concesiones de casting pertinentes para el devenir del proyecto, "Blancanieves y la leyenda del cazador" no plantea, a priori, ninguna contraindicación destacada. Lástima, sin embargo, la dualidad erótico-romántica en el triángulo 'príncipe'-Blancanieves-cazador que no despierta ningún tipo de pasión y resulta absurdamente anodina y apática. Recuperando la senda narrativa, pese al tono cosmético del maquillaje y la sombra de ojos, en varios fragmento del metraje podemos discernir cierto aire 'feminista' más allá de los tópicos habituales. Aún así, si me lo permiten, confesaré estar más dispuesto a probar la eterna juventud en la bañera blanca de la madrasta, momento erótico fugaz, que sentir en los labios el tibio y puritano beso de Blancanieves.