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Crítica: "La invención de Hugo", de Martin Scorsese, por Pelayo López

El imaginario cinematográfico de Martin Scorsese, una mezcla entre el homenaje más sentido al origen del cine y el espíritu dickensiano de los cuentos de Navidad, se autocomplace en la espectacularidad más visual pero no alcanza la emoción mínima. El prometedor arranque inicial, la presentación de la galería de personajes protagonistas y los colosales escenarios parisinos en formato panorámico -únicamente con la portentosa partitura de Howard Shore en un casi formato videoclipero-, no tarda demasiado en 'quedarse sin cuerda' tras unos títulos de crédito iniciales no aptos para los amantes de tan vanguardista arte.

La historia de un niño huérfano que reside en las 'catacumbas' de una estación de tren, y cuyo único deseo es arreglar un autómata legado por su padre, debería suponer, en un contexto de sueños e ilusión, una experiencia mucho más placentera y deleitosa para nuestros sentidos. Si bien esta línea argumental no logra transmitir las sensaciones esperadas, el genuino 'hábitat' de la estación de ferrocarril se convierte, posiblemente, en la principal baza del desarrollo narrativo. Por los cafés y andenes transitan un policía a quien el joven protagonista no para de intentar esquivar -no en vano la primera persecución es sencillamente magistral-, la florista de buen corazón de quien el policía está enamorado, la pareja de ancianos sempieternamente enamorados que no acaban de encontrar el momento... y hasta una banda de música. Curiosamente, rival en todo de "The artist", también 'compiten' en presencia canina.

Resulta extrano, igualmente, el hecho de que el director saque el mayor provecho a los planos abiertos, mientras que los primeros planos sufren cierto sesgo, aunque el uso racional de picados de ida y vuelta compensa en parte este lastre. Además, pese a los nombres del reparto, da la sensación de que está poco aprovechado o falto de motivación. La breve aparición de Jude Law, el cómico papel de Sacha Baron Cohen, la dulce Emily Mortimer, la tierna historia de los jóvenes protagonistas -cuando se toman de las manos Chloe Moretz y -, así como el evolutivo papel de Ben Kingsley, aunque, sin embargo, quizás la mejor interpretación nos la ofrece la mujer de su personaje, Helen McCrory. De los magos, profesionalmente, se dice que no pueden desvelar los secretos de sus trucos. Sin embargo, el bueno de Martin Scorsese se permite la licencia de sacar a la luz, plasmar en pantalla, algunos de los trucos de los primeros pasos del séptimo arte, una desnudez innecesaria que, sin aportar nada en la propia película, tira por tierra algo que, supuestamente, él reivindica con su propia cinta: los sueños se encuentran en el celuloide y la gran pantalla.