Vigila tus pensamientos, porque se convierten en palabras; vigila tus palabras, porque se convierten en actos; vigila tus actos, porque se convierten en hábitos; vigila tus hábitos, porque se convierten en carácter; vigila tu carácter, porque se convierte en tu destino. Esta filosofía de ida y vuelta que pronuncia Margaret Thatcher en la película, que en realidad es un proverbio firmado ni más ni menos que por Gandhi, es el testamento cinematográfico de su directora, Phyllida Lloyd. La distancia espaciotemporal que separa lo que proyectó en su mente, en la génesis misma del proyecto, y lo que ha resultado en los fotogramas de su metraje, sólo ella lo sabe. No obstante, la lejanía abismal entre la calidad misma de las interpretaciones del reparto en su conjunto y el retrato político-personal de de la mandataria es más que evidente.
Si bien todas las loas van dirigidas a Meryl Streep, que encarna a 'la dama de hierro' con la misma disimetría que la bipolaridad marcada por la demencia senil padecida en su día por la dignataria, lo cierto es que particularmente destacamos a la joven Alexandra Roach, quien, sin la complicidad desmedida de similar caracterización, logra embaucarnos a todos con su increíble dicotomía a base de aplomo pasional y plácida compostura. Completa el estupendo reparto, en un papel muy parecido al de "Another year", Jim Broadbent, el marido no resignado en segundo plano, el estable timón intermitente a punto de zozobrar ante la desorientación del difunto 'status quo'. Así pues, son los intérpretes los que mitigan y esconden la falta de sólidez cinematográfica de un relato consistente, única y 'facilonamente', en explotar la condescencia y compasión del espectador hacia una situación irreversible fruto de la edad.
Entre medias de los últimos días, simples y fugaces fogonazos, breves destellos, a excepción del capítulo dedicado a la Guerra de las Malvinas que tiene una mayor proyección temporal, sobre diferentes capítulos de su mandato político, marcado fundamentalmente por decisiones que suscitaron la movilización social en forma de protestas y altercados. Queda claro, atendiendo a su entrada en el terreno político, que la lucha contra la hegemonía masculina fue uno de sus grandes logros, al igual que su admiración por el legado en este mismo campo de su padre, un testimonio en el que se fundamenta su propia ideología. No obstante, al mismo tiempo, el distanciamiento con su madre parece marcar su notable frialdad, una circunstancia mucho más patente en el caso de su propia familia, evidencia nítida tanto en la relación distante con sus hijos como en el necesario interés mutuo con su marido. La misma e impenitente frialdad, ni siquiera atenuada por un atentado en carne propia y la muerte de su colega más cercano, marca también el microclima de cada fotograma, un sentimiento empañado por una tonalidad grisácea y azul patente. Tiempo al tiempo, las críticas vertidas contra los líderes propios antaño se acaban erigiendo como el silencio ignorado de sus asesores y compañeros de partido y gobierno, una obstinada abnegación que terminará por dilapidar, por encima de cualquier otro factor, su trayectoría meteórica. En definitiva, un deterioro físico y emocional que marca el decrépito y justiciero sino de la película. Y todo, para terminar fregando, ante su renuncia a tan realista situación, una taza de té. El armazón de hierro se viene abajo ante el soplido de la dama.
Entre medias de los últimos días, simples y fugaces fogonazos, breves destellos, a excepción del capítulo dedicado a la Guerra de las Malvinas que tiene una mayor proyección temporal, sobre diferentes capítulos de su mandato político, marcado fundamentalmente por decisiones que suscitaron la movilización social en forma de protestas y altercados. Queda claro, atendiendo a su entrada en el terreno político, que la lucha contra la hegemonía masculina fue uno de sus grandes logros, al igual que su admiración por el legado en este mismo campo de su padre, un testimonio en el que se fundamenta su propia ideología. No obstante, al mismo tiempo, el distanciamiento con su madre parece marcar su notable frialdad, una circunstancia mucho más patente en el caso de su propia familia, evidencia nítida tanto en la relación distante con sus hijos como en el necesario interés mutuo con su marido. La misma e impenitente frialdad, ni siquiera atenuada por un atentado en carne propia y la muerte de su colega más cercano, marca también el microclima de cada fotograma, un sentimiento empañado por una tonalidad grisácea y azul patente. Tiempo al tiempo, las críticas vertidas contra los líderes propios antaño se acaban erigiendo como el silencio ignorado de sus asesores y compañeros de partido y gobierno, una obstinada abnegación que terminará por dilapidar, por encima de cualquier otro factor, su trayectoría meteórica. En definitiva, un deterioro físico y emocional que marca el decrépito y justiciero sino de la película. Y todo, para terminar fregando, ante su renuncia a tan realista situación, una taza de té. El armazón de hierro se viene abajo ante el soplido de la dama.