La propuesta del realizador de la trilogía de "Hora punta", familiarizado con los edificios de más envergadura, ni actúa con guante blanco ni deja huella. Aún así, la película, protagonizada por un elenco de cómicos de tirón habitualmente histriónicos pero en este caso más contenidos, resulta interesante por varios motivos. Ben Stiller, Eddie Murphy y Matthew Broderick lideran un reparto en el que, sin embargo, destacan el hermano de Ben Affleck, Cassey, y "Precious", fundamentalmente por su lejana relación con el género hasta ahora, sin olvidarnos de una Tea Leoni metida a agente del FBI, a quien dan ganas de ofrecer las manos para ser esposado, y un Alan Alda que pasa de milimétricamente sereno a maléficamente desquiciado. De hecho, encontrándonos ante una comedia más, no podemos obviar sus tentáculos vinculantes al thriller de acción y al drama.
Una historia en la que un empresario sin escrúpulos deja sin pensiones a todos los trabajadores de su edificio, que han depositado en él su confianza y que trazan un plan un tanto osado como inexperto para recuperarlo, ofrece metraje para todo esto y mucho más. Entretenida, bastante divertida... pero, sobre todo y de manera destacada, desde la ácida reflexión a la que se nos invita en tiempos de crisis. Un buen método para aliviar los malos tragos. Esta banda de ascensoristas y recepcionistas, metida a Robin Hood y diametralmente opuesta a la de la saga de "Ocean´s", se sirve de variadas y nutridas sentencias lapidarias sobre la sociedad, la economía y las relaciones personales para ofrecer un plus de calidad, cocktail al que podríamos añadir una planificación de escenas en la que apenas se cuela un encuadre indebido o no comprensible. Curiosamente, como en otras películas de corte similar, las canciones de la banda sonora no distraen la mirada del foco de atención principal. Bajo la premisa justificada de "quien roba a un ladrón tiene 100 años de perdón", una secuencia 'automovilística' pone el broche de oro a una cinta de meritorio caché.