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Crítica: "No habrá paz para los malvados", de Enrique Urbizu, por Pelayo López

Después de varios años ausente de la gran pantalla, el maestro del cine negro español hoy en día, Enrique Urbizu, regresa a las salas de cine dando la sensación de haber pasado todo este tiempo en EE.UU. embebiéndose de los thrillers norteamericanos, condición fundamental para que su pistola de celuloide no se encasquille al disparar. No obstante, la credibilidad patria de un personaje tan atípico y foráneo, con armas de un calibre fuera de circulación por nuestra cinematografía, puede hacer resentirse al conjunto.

El director de "La vida mancha" no da disparos al aire, usa pólvora letal en la crónica narrativa. Los personajes, salvo el protagonista interpretado por su actor fetiche -un José Coronado a quien la caracterización le da un peso interpretativo aparentemente mayor del que realmente ofrece-, son meros objetivos. La impresión de sus trazos de personalidad es a una sola tinta: la jueza volcada en el trabajo, el compañero que trata de quedar bien con todos y el viejo amigo que cumple a rajatabla -por cierto, gran acierto evidenciar que también las brigadas españolas no tienen canales de información de ida y vuelta tan fluidos como deberían al más puro estilo CIA/FBI/DEA...-. Aún así, el reparto no lo tiene tan claro y la expresividad cinematográfica parecen haberla dejado fuera de plano. Todos y cada uno de ellos siguen los pasos de Santos Trinidad, un policía venido a venos cuyo último acto de servicio, circunstancia vaticinada desde la primera secuencia y recalcada en su momento con las típicas salvas funerarias made in USA, se convierte en un asunto personal y no dejará títere con cabeza. Un personaje entre 2 fuegos, entre la luz del sol polvorientamente rural y la oscuridad nocturna de los locales donde los negocios de dudosa reputación se sienten más seguros.

Aquí es, sin duda, donde el realizador de "La caja 507" demuestra su innegable oficio. Con los diálogos justos, hay minutos consecutivos donde el sonido ambiente es la única frecuencia audible, el espectador se adentra, en primera persona, en las pesquisas de una investigación paralela, a la que hay que sumar la propia trama delictiva foco de atención: prostitución, drogas, armas, terrorismo... demostración de que las redes internacionales están interrelacionadas de un modo u otro. Recordatorio fresco del 11M, Urbizu convence de que las heridas recientes pueden tratarse con seriedad, indirectamente, sin dañar a terceros y sin tirar de sensiblería maniquea.