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Crítica: "El árbol de la vida", de Terrence Malick, por Pelayo López

Dada la unanimidad de crítica y taquilla, aunque no todos los espectadores descifran la propuesta de cine de autor de Terrence Malick y muchos abandonan la sala, me aventuro a asegurar que, como evidencia palpable de la tediosa autocomplacencia onanista del realizador de "La delgada línea roja", su nueva película, según otros un poema visual, se puede resumir en: "me la he tragado entera". No sería justo, creo, comentar nada sin haber terminado de visionar un metraje arrítmico y sin pulso que, más allá de su planteamiento visual y narrativo, presenta unas arterias de celuloide sin circulación sanguínea.

Esta declaración de intenciones personales, ambientada en su localidad natal de Waco -la misma donde una secta religiosa protagonizó un lamentable suceso allá por los 90-, por mucha metafísica religiosa que pretenda transmitir con la intención de sublimar esta serie de fotogramas con cuerpo pero sin alma, únicamente se llega a equiparar con un haiku de 3 versos básicos: ¿quiénes somos?, ¿de dónde venimos? y ¿a dónde vamos?. Aparte de las 3 cuestiones que han merodeado siempre a la curiosidad intrínseca de la humanidad, el bipartidismo suscitado entre creacionismo/darwinismo queda desequilibrado por las preferencias maniqueas del realizador en un desarrollo narrativo que destripa las intimidades de las difíciles relaciones matrimoniales y paterno-filiales: desde la sumisión femenina a la educación excesivamente estricta, pasando por los rencores y los remordimientos para alcanzar la redención y el perdón... Lo que nos hace ser lo que somos entre partituras barrocas. En el apartado visual, encumbrado sin motivo, simplemente nos recreamos con imágenes vistas en cualquier documental sobre el cosmos o la naturaleza del NG o la2.

Estos conductos evolutivos se cimentan, hablando de carne y hueso, en la presencia de Brad Pitt, Sean Penn y la recientemente descubierta Jessica Chastain. El primero muestra una creciente madurez que le vuelve a poner en primera fila de cara al futuro con personajes más complejos, el segundo continúa tirando de mirada y gestos faciales para construir la personalidad de sus papeles, y la protagonista de "La deuda" aprovecha mucho mejor el menor minutaje en pantalla para posicionarse como merecida heredera de Cate Blanchett en el altar de las divas pelirrojas de celuloide. Malick se arrodilla ante sus convicciones y creencias con recursos cinematográficos tan evidentes como continuados: ¿cuántos contrapicados mirando al cielo entre copas de árboles y cúspides de rascacielos?. ¿Y cuántos fundidos a negro?.