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Crítica: "Pan negro", de Agustí Villaronga, por Pelayo López

¿A alguien se le pasa por la cabeza que el guión de una película publicado por una editorial pueda ganar el Premio Planeta?. Entiendo que haya categorías en los Goya que concedan una estatuilla al mejor guión original o adaptado precisamente por eso, porque son diferentes. Pero de ahí al Goya a la Mejor Película. La traslación de una historia creada para un universo literario al cinematográfico pocas veces, contadas, llega a confundirse tanto con el celuloide como para considerarla así. Por este motivo, entiendo que el máximo reconocimiento debería ser reservado para aquellas historias concebidas, en conjunto, en el todo, para la gran pantalla. Aún así, desde esta óptica y con este prisma, reconozco que la última película de Agustí Villaronga es una cinta cuyo visionado resulta totalmente recomendable.

Para muchos, Villaronga era un desconocido; para otros, un proscrito... Ahora, para el gran público, un reciente descubrimiento de obligada defensa cultural, incluso más allá del propio séptimo arte como exponente de las 'manidas' memoria histórica y pluralidad autonómica. Sin embargo, la adaptación de la novela de Emili Teixidor, esta historia de descubrimientos de su identidad sexual y de los secretos de su familia por parte de un niño en plena posguerra en las montañas de Cataluña, no resulta del todo novedosa en la trayectoria del realizador de "Tras el cristal". La misma referencia cronológica postbélica, el mismo marco físico con residencias de tuberculosos y gays, los mismos personajes y familias... todos estos elementos ya aparecían en "El mar", otro de sus títulos. De hecho, incluso algunos actores comparten protagonismo en ambas cintas. Lo que distancia la película de Villaronga de otras similares, incluso de su otro films, es su polvorienta y barriobajera atmósfera, mucho más oscura y, por tanto, creíble. Mientras el resto poseen unos fotogramas pulidos y limpios, este "Pan negro" rebosa suciedad e hipocresia. Los personajes que postulan sus ideales por bandera acaban convertidos en verdugos de si mismos, destapando grandes desilusiones que convergen en un final devastadoramente desilusionante, pero ciertamente comprensible y lógico agilizado por varias elipsis narrativas.

El impactante inicio poco a poco va perdiendo altura y volando bajo. La posguerra queda relegada a una perfecta excusa maniquea que condimenta un melodrama familiar con situaciones identificables de la época: los escondidos en las buhardillas, las reputaciones de las chicas solteras, el mundo femenino en las casas, las familias burguesas encaprichadas, los colegios religiosos, las historias de miedo al calor de la lumbre... Al reparto pocos peros, alguno sí, se le puede poner. Nora Navas, Laia Marull, Sergi López... defienden con la brillantez supuesta sus papeles. Los niños, Francesc Colomer y Marina Comas, juegan con la ventaja de la inocencia y naturalidad infantil, si bien destaca especialmente ella al exponer con su personaje, en todos los sentidos, mucho más que ningún otro. En el apartado técnico, y dejando de lado la estupenda recreación del departamento de fotografía e iluminación, destaca la presencia desapercibida de la banda sonora y el continuo uso de barridos de todo tipo que mantienen al espectador siempre en movimiento, intentando falsear quizás otras carencias. Hitchcock nos presentó los McGuffin, los pretextos narrativos desorientadores, Pitorliua pudo ser uno... En definitiva, pan negro, azúcar rojo.