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Crítica: "Secuestrados", de Miguel Angel Vivas, por Pelayo López

Ahora que se han puesto de moda las tv-movies sobre temáticas de actualidad, parece que el hermano mayor, el cine, a falta de creatividad propia, tira de argumentos televisivos como se puede considerar dicho formato. Los secuestros express, que tantas horas de informativos o páginas de periódicos llenaron en su día, dan el salto a la gran pantalla de la mano de Miguel Angel Vivas, realizador que ha estado 'secuestrado' prácticamente una década después de su prometedor aunque extraño debut con "Reflejos". Su retorno no puede ser más incomprensible. Me explico. La secuencia inicial, si bien desde el primer fotograma conocemos de antemano cómo va a rematarse, desorienta por completo al espectador una vez visionamos el final de la película. No hay encaje de bolillos posible, cualquier posibilidad que al espectador se le pueda llegar a ocurrir no se acopla de ninguna manera razonable en un desarrollo argumental factible... ¡Salvo una!.

Hablando de incompresiones, y ahora ya no narrativas, resultan indescifrables, a excepción suponemos de la mente del propio director, los motivos por los que nos aporta, en ciertos tramos de la película, la visión en primera persona de algunos de los personajes, mientras que, en el restro del metraje, no pretende ser más que un voyeur ajeno a la acción misma. Lo que no es ilógico para nada, y seguramente ahí radica el mayor interés de la cinta, es la empatía que la situación, por lo posible que puede llegar a ser en cualquiera de los casos, genera con el espectador. Ese miedo tangible y real es manipulado por el realizador desde una doble perspectiva: por un lado, en algunos momentos violentos, fundamentalmente en la primera mitad del metraje, recurre únicamente al sonido como elemento aterrador aportando referencias visuales ajenas al centro de la acción; por otro, curiosamente en el clímax del film, en los de mayor brutalidad, sitúa la cámara en un primer plano que capte la violencia extrema.

Técnicamente, Vivas se ha preocupado en cuidar las apariencias. Recurre, sin temor alguno, a los difíciles, en cuanto a planificación se refiere, planos-secuencia. Uno tras otro, hasta que perdemos incluso la cuenta. Eso sí, siempre se puede falsear u ofrecer un mínimo aliento al espectador con un plano de corte y/o transición. De todos modos, en una situación tan atípica como veloz, el drama insurrecto no se ofrece con el dinamismo necesario. Por más que el director pretende crear una velocidad virtual a partir de elementos como la introducción de personajes que se ven envueltos en la trama principal de manera involuntaria, la multipantalla o travelling por la casi única localización de la cinta, el ritmo de la historia debería ser mucho más frenético si atendemos a las manijas horarias del reloj de la cinética de la acción. Los sufridores son el 'borbónico' Fernando Cayo, la 'biutiful' Ana Wagener y la 'caótica' Manuela Vellés. Poco se puede decir de su labor interpretativa, salvo que padecen con honor y disciplina, destacando el espeluznante momento de gracia de la escena más vulnerable física y emocionalmente de la joven hija, la voluntad militar de los secuestradores, una banda de albaneses y españoles, de la que uno de sus integrantes es conocido desde el principio de la película. Muy previsible en conjunto, resulta una patada al estómago más sensible el desafortunado y sangriento desenlace de la película.