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Crítica: "Los viajes de Gulliver", de Rob Letterman, por Pelayo López

Con la dificultad razonable de adaptar a la gran pantalla los numerosos episodios “turísticos” de Gulliver, la obra de Jonathan Swift suele verse acotada a Lilliput, o, como ocurre en este caso, se puede visitar imaginariamente a Broddingnag, los países de seres diminutos y gigantes respectivamente. Esta es la particular odisea que vive Jack Black cuando, para conquistar a la chica de sus sueños (Amanda Peet), decice embarcarse, nunca mejor dicho, en una epopeya de difícil explicación para cubrir un artículo periodístico en una publicación de viajes. Sin menospreciar el mensaje o contenido que pueda subyacer en el fondo, lo cierto es que el continente no aporta demasiado.

Mientras Jack Black demuestra ser mejor secundario que protagonista, la puesta en escena, fundamentalmente en lo que a diálogos y referencias concierne, no es demasiado apropiada para el supuesto público infantil. Por un lado, un lenguaje demasiado callejero; por otro, pinceladas musicales como Kiss o los habituales números del protagonista, cinematográficas como “La guerra de las galaxias”/“Titanic”/”Transformers”, y de otro tipo como el recurso del famoso Triángulo de las Bermudas. En el reparto, además de Peet o Billy Connolly -quienes no aportan nada salvo su presencia-, destaca Emily Blunt, una actriz a seguir y con quien podemos reirnos en un papel de princesa tonta. Ciertamente, si va dirigida a un público de mayor edad, tampoco le encontramos las cosquillas.

Esperemos que su director, Rob Letterman (“El espantatiburones”), no ahuyente a los espectadores hacia otras latitudes del subconsciente mientras la visionan... porque el parecido razonable con la idea de “Noche en el museo” salta a la vista y tampoco visualmente, por mucha 3D que se precie, resulta impactante. Por cierto, yo también quiero una cuadrilla de albañiles como los lilliputienses.