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Crítica: "Enterrado", de Rodrigo Cortés, por Pelayo López

El thriller asfixiante que nos propone en su segundo proyecto cinematográfico Rodrigo Cortés nos demuestra que el cine español, en este caso “pseudo”, no está encajonado en arquetipos repetitivos y carentes de interés más allá del entretenimiento. El realizador de “Concursante”, que ya consiguió nuestra atención con aquella cinta rematada de un modo un tanto extraño y que difuminaba el espectacular sabor de boca que nos dejaba el resto de la película, construye un sólido ataúd de celuloide donde entierra uno de los miedos más ancestrales del hombre: ser enterrado vivo.

¿Una locura rodar una película en una sola localización como puede ser un nicho bajo tierra con un solo protagonista?. A priori, sí. A posteriori, no. Esta cinta de suspense es una herramienta de precisión, pese a posicionar algunos momentos de respiro que el director concede entre tanta claustrofobia. Salvo los travelling de profundidad vertical y horizontal con los que Cortés rompe su única regla, la tensión creciente del film es más que notable. Si ya de por si el inicio es angustioso, algo que consigue únicamente con el sonido natural y una ausencia total de iluminación, el final no puede ser más que el esperado (spoiler): el entierro físico y moral del protagonista, una metáfora de la confianza del hombre en sus semejantes.

En la línea de flotación, las invasiones bélicas, las respuestas terroristas, la falta de humanidad de las empresas... Sin embargo, el cine prevalece como esencia con los elementos justos, los que sus captores le dejan para conseguir su objetivo y los mismos con los que Ryan Reynolds busca dejar de compartir habitación con una serpiente, visitante inesperada, y salir del hoyo. El protagonista muere, la cinta sobrevive.