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Crítica: "Phillip Morris, te quiero", de G. Ficarra/J. Recua, por Ana González

No han sido los directores y guionistas Glenn Ficarra y John Recua los que me han llevado a ver esta película. Tampoco el histriónico Jim Carrey. Ni tan siquiera Ewan McGregor con su ya demostrado buen hacer, sobre todo en el magnifico “antihéroe” de la considerada película de culto “Trainspotting”. Ha sido la curiosidad de lo que nos puede ofrecer el tándem Carrey-McGregor, dos actores tan dispares como tan dispares resultan sus trabajos, junto al ingrediente de que el guión está basado en un hecho real que a priori resulta simpático.

Steven (Carrey), un estafador con una infancia traumática (adoptado y educación religiosa extrema) ya adulto, niega su homosexualidad, se casa, es padre de familia... Pero una vez que decide desmelenarse lo hace a lo grande, terminando con sus huesos en la cárcel. Allí conoce a Phillip (McGregor) y se enamoran locamente. Cuando Steven es puesto en libertad y su amado continúa en prisión, no puede soportarlo y haciéndose pasar... Bueno, no hace falta contar la película, sólo decir que Steven burla tantas veces como quiere a la Administración Norteamericana de finales de los 90. Primero para sacar a su amado, y después para escapar él mismo, que continúa con su vida de engañabobos.

Si esta pareja de directores se han documentado lo suficiente y lo que nos muestran en esta película es real, y resulta que es tan fácil engañar al Estado y a sus empleados, o lo que es parecido, que estos empleados se toman con tan poca seriedad su trabajo, que cualquier ciudadano se puede hacer pasar por abogado, fingir enfermedad terminal, fugarse de la manera más simplona, sin que nadie pida acreditaciones ni compruebe documentos, es que los ciudadanos de dicho país debieran replantearse a su Administración, porque están desamparados. Pero como no me lo creo, los que estamos desamparados somos los que, influenciados por una publicidad “engañosa”, vamos a ver películas donde malos directores no sólo no nos cuentan la historia importante (cómo un ciudadano fuera de la ley es capaz de escapar hasta cuatro veces) sino que se centran en la relación amorosa de dos homosexuales, donde Carrey cada vez se crece mas (exagerado) dejando a un Mcgregor en un muy secundario plano, donde, además, en los pocos que consigue, parece más un asustadizo universitario en su primer día de clase que un hombre enamorado.

Sin lugar a dudas, Carrey ha conseguido el papel de su vida, dando la sensación que se dirige a si mismo. De McGregor, decir que todos cometemos alguna equivocación y una de las suyas es haber aceptado este trabajo. Le perdono. No así a los responsables de este trabajo ni al influyente Carrey que se queda para él solito este bodrio.