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Crítica: "La vida privada de Pippa Lee", de Rebeca Miller, por Ana González

Dice Rebeca Miller que escribió el libro en el que está basado esta película, que ella misma ha adaptado y dirigido, para ahuyentar fantasmas de su propia vida: primero, hija de padre famoso (Arthur Miller); segundo, esposa de un doblemente oscarizado y famoso actor (Daniel Day-Lewis). Dos artistas nada convencionales. Su padre, como todo el mundo sabe, además de por sus obras, es conocido por su matrimonio con Marilyn Monroe y por un hecho escalofriante y chocante viniendo de un intelectual: el rechazo de un hijo por tener Síndrome de Down. Este último dato nos puede dejar en la duda de cómo era verdaderamente Arthur Miller y cómo pudo ser la vida de una madre y una hermana en este entorno familiar. La fama de su marido no es precisamente la de un tipo amable, sino más bien la de un tipo (según la prensa rosa) extraño y escasamente comunicativo. Dicen que rompió con la madre de su hijo (Isabelle Adjani) a través de fax...

Con todos estos ingredientes, y una coral de actores sobradamente reconocidos, me dije: "tiene que merecer la pena". Una mujer todavía joven y su marido, un editor famoso y enfermo -bastante mayor que ella-, se retiran de la gran ciudad a un lugar tranquilo para jubilados: la mujer, llamada Pippa Lee (Robin Wright), resulta totalmente sumisa a la voluntad del marido, Herb (Alan Arkin), que además de enfermo, es un egocéntrico con amante incluida (una patética Winona Ryder, ¡qué pena!, con lo que parecía que iba a dar de sí esta chica). La pareja tiene dos hijos: una chica que odia a su madre (no se sabe muy bien porqué) y admira a su padre, y un chico con cara de tontorrón que está muy unido a ella pero, parece, no tanto a su padre. Casualidades o guiños de Rebeca Miller. La suerte de Pippa es que, en este triste lugar, aparece un joven Keanu Reeves (con una personalidad un tanto extraña), con el que establece una amistad especial y que tras la muerte de su marido se convierte en su consuelo.

La película se maneja en “flash-back”, y ahí está lo interesante de esta cinta: es antes del matrimonio de Pippa donde se entenderá el comportamiento de esta mujer, con una madre nada convencional con problemas psiquiátricos que le llevan a ser una yonqui pastillera y ella, Pippa, una niña que asume el papel de rehabilitarla. Al no conseguirlo, decide vivir una fuerte y personalísima primera juventud. Conoce y se enamora del aún marido de una hermosísima Monica Belucci, que cuando le van a pedir el divorcio se suicida delante de ella. Escaso papel pero transcendente en la vida de Pippa. ¿Otro guiño de Rebecca?. Arthur Miller conoció a la madre de Rebeca cuando aún estaba casado con Marilyn. El carácter de Pippa se mueve entre la culpa y la sumisión para acabar en la rebeldía. Cuando descubre que su marido tiene una amante se siente liberada y pasa su sentimiento de culpa a la siguiente.

Un guión que, a priori, parece típico y tópico, pero, si te paras a analizarlo, tiene una carga emocional que los actores no son capaces de transmitir. Cambiaría a casi todos, incluida a Robin Wright (imaginen, por ejemplo a una Pippa-Emma Thompson y a un Herb-Anthony Hopkins), salvaría a Maria Bello (la madre) y a Monica Bellucci (primera esposa) por breve. Curiosamente, éstas son las dos personas que más influyen en la vida de Pippa: en su huida primero, y en el porqué se casa y se somete a la voluntad de su marido después. En definitiva, una película profunda si le dedicamos unos minutos después de verla. Pippa lo es todo: la madre , la amante, la esposa...