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Crítica: "Dos hermanos", de Daniel Burman, por Ana González

Cuando uno se sienta en la butaca del cine, ha pestañeado lo justo durante la proyección y, al cabo de hora y media, cuando se levanta, siente desasosiego en el estómago, tiene la sensación de que lo que se contaba era sólo para él -como si los actores te señalasen con el dedo: “esto es para ti, para que pienses, para que hagas examen, que ya te toca…”-, es que lo que has visto ha merecido la pena.

Esto me ha pasado después de ver “Dos hermanos”, donde Daniel Burman te pasa por el proyector que, antes o después, todos nos vamos a quedar huérfanos, sin el referente físico de nuestros padres, donde todo lo que se fraguó en la casa familiar tendrá sus consecuencias para nuestra etapa adulta, y donde volvemos una y otra vez para refugiarnos y no afrontar nuestro propio destino.

Marcos (Antonio Gasalla), con el pretexto de cuidar a su madre, niega su homosexualidad. Ella (Graciela Borges), con un falso éxito social, se niega a afrontar sus miedos y su soledad. Una pareja no realizada y llena de frustraciones que, cuando muere su madre, a pesar de sus diferentes personalidades, están avocados a soportarse mutuamente.

¿Cuántos padres y situaciones familiares se han llevado la culpa de lo que no se hace?. Decimos: “es por ellos, por no defraudarles”. Pero no, es por nosotros, por ese miedo a fracasar. Esta película apunta a los que no avanzan, a los que vuelven una y otra vez (metafóricamente) al nido familiar. No es una obra maestra, pero te hace reflexionar y esto ya es mucho. Además está Graciela Borges. ¿Qué más se puede pedir?.