De un tiempo a esta parte, dada la avalancha de remakes, me he propuesto visionar tanto las originales como las nuevas versiones a fin de poder comparar con conocimiento de causa. Me ha sucedido con "Funny games", de Michael Haneke por partida doble, y también con el propio Wes Craven y "Las colinas tienen ojos". Sin embargo, mientras en el caso del director alemán era evidente la mayor calidad de la original, y en la segunda comparativa me quedo con la versión más reciente de Alexandre Aja, en la cinta que ahora nos ocupa me quedo con mitad y mitad.
Visionando la recién estrenada o la filmada hace más de 30 años, queda claro que la trama urdida por Craven puede dividirse en dos partes. Por un lado, la primera mitad de la película nos cuenta el delito sangriento y repugnante de unos forajidos contra dos adolescentes, desde violaciones hasta asesinados pasando por todo tipo de vejaciones y torturas. Por otro, la segunda parte se centra en la oportunidad que brinda la casualidad a los progenitores de una de las víctimas de llevar a cabo su venganza contra aquellos que le causaron daño y dolor a su hija. Partiendo de esta circunstancia, el espectador puede darse cuenta, una vez vistas ambas, que el resultado óptimo hubiese resultado de combinar la primera mitad de la original y la segunda de la actual, al menos según los convencionalismos cinematográficos presentes. Si el responsable de "Pesadilla en Elm Street" dirigió la primera y produce la segunda, algo que no habla muy bien sobre el concepto que el realizador tiene sobre si mismo, está claro que su sucesor en esta ocasión, el griego Dennis Iliadis, no muestra el mismo talento que el director francés de "Alta tensión".
La mayor calidad de cada mitad en ambas películas viene marcada tanto por la puesta en escena -la sensación de miedo real creada en el espectador-, como por el reparto que la interpreta. El remake nos ofrece un planteamiento mucho más largo, con una presentación más prolongada de los distintos protagonistas, algo que se puede percibir como la intención por ofrecer una mayor familiaridad con los personajes, sobre todo en el caso de las víctimas, y lograr un mayor calado e implicación por parte del espectador. De hecho, en esta segunda versión, también está más presente el sentimiento de arrepentimiento por parte de uno de los agresores, un intento sin duda por humanizar la tragedia en terreno neutral y curiosamente un papel que consigue acaparar la atención en ambas películas por parte de su intérprete. En el caso de la víctima, y detonante del desenlace narrativo, la original Sandra Cassel, luego venida a menos en películas inclasificables pero aquí muy creíble en el papel de lolita no exenta de talento dramático en los muchos momentos que se le requiere, le come la tostada a una excesivamente dulce Sara Paxton, circunstancia a la que pudiese contribuir el aire indie de la cinta original al igual que en otros muchos aspectos. Esa estética, sin duda, contribuye a un acercamiento e implicación mayor por parte del espectador, algo que la presente tampoco logra captar con una limpieza demasiado aséptica en esa primera mitad. No obstante, las tornas cambian cuando el nudo estrangula el devenir del argumento. La suciedad creíble de la original en su primera mitad encadenaría mejor con el mayor ánimo de venganza, y la mayor falta de alevosía inicial, de la segunda mitad del remake. Aquí la crudeza y el deseo de rendir cuentas van mucho más allá, ofreciéndonos incluso detalles pormenorizados sobre las aplicaciones de algunos electrodomésticos. En este punto, satisfacen mejor esas ansias los actuales Tony Goldwyn, recordado por ser el "amigo" de Patrick Swayze en "Ghost", y Monica Potter, que deja una vez más la comedia para centrarse en el terror como ocurría en la saga de "Saw".
Finalmente, con la moral sobrevolando la historia al menos desde el nudo, la consecución de la venganza tiene en la cinta de los ´70 un final mucho más veraz con la aparición de la justicia para atajar el "ojo por ojo". En el remake, esa línea traspasada no siente tan cerca el aliento policial/judicial sino que queda mucho más en el aire posicionándose claramente hacia el lado de la balanza más permisivo con la justicia por su mano. Otro aspecto fundamental en la genuina era la música, unas notas totalmente hipnóticas muy de la época que en la presente dejan paso a una música mucho menos temporizadora que se enfrenta incluso a los mucho más imponentes efectos de sonido propios de este género. Como navegante contra corriente, no creo que debamos caer en el error fácil de considerar como principio fundamental el hecho de que las películas originales luego tuneadas son mejores sólo por ese motivo. De hecho, me niego a asumir resignadamente la creencia de que los clásicos del cine son todos obras maestras o credos similares, ya que soy de los que, particularmente, opino que el cine actual tiene títulos igual o más memorables que los de entonces. Volviendo sobre mis pasos, y una vez cuestionada la lógica legitimidad y necesidad de un remake sobre una cinta así, la carga de profundidad sin embargo viene marcada por la vigencia imperecedera del tema de fondo y la modernización de su exposición.
La mayor calidad de cada mitad en ambas películas viene marcada tanto por la puesta en escena -la sensación de miedo real creada en el espectador-, como por el reparto que la interpreta. El remake nos ofrece un planteamiento mucho más largo, con una presentación más prolongada de los distintos protagonistas, algo que se puede percibir como la intención por ofrecer una mayor familiaridad con los personajes, sobre todo en el caso de las víctimas, y lograr un mayor calado e implicación por parte del espectador. De hecho, en esta segunda versión, también está más presente el sentimiento de arrepentimiento por parte de uno de los agresores, un intento sin duda por humanizar la tragedia en terreno neutral y curiosamente un papel que consigue acaparar la atención en ambas películas por parte de su intérprete. En el caso de la víctima, y detonante del desenlace narrativo, la original Sandra Cassel, luego venida a menos en películas inclasificables pero aquí muy creíble en el papel de lolita no exenta de talento dramático en los muchos momentos que se le requiere, le come la tostada a una excesivamente dulce Sara Paxton, circunstancia a la que pudiese contribuir el aire indie de la cinta original al igual que en otros muchos aspectos. Esa estética, sin duda, contribuye a un acercamiento e implicación mayor por parte del espectador, algo que la presente tampoco logra captar con una limpieza demasiado aséptica en esa primera mitad. No obstante, las tornas cambian cuando el nudo estrangula el devenir del argumento. La suciedad creíble de la original en su primera mitad encadenaría mejor con el mayor ánimo de venganza, y la mayor falta de alevosía inicial, de la segunda mitad del remake. Aquí la crudeza y el deseo de rendir cuentas van mucho más allá, ofreciéndonos incluso detalles pormenorizados sobre las aplicaciones de algunos electrodomésticos. En este punto, satisfacen mejor esas ansias los actuales Tony Goldwyn, recordado por ser el "amigo" de Patrick Swayze en "Ghost", y Monica Potter, que deja una vez más la comedia para centrarse en el terror como ocurría en la saga de "Saw".
Finalmente, con la moral sobrevolando la historia al menos desde el nudo, la consecución de la venganza tiene en la cinta de los ´70 un final mucho más veraz con la aparición de la justicia para atajar el "ojo por ojo". En el remake, esa línea traspasada no siente tan cerca el aliento policial/judicial sino que queda mucho más en el aire posicionándose claramente hacia el lado de la balanza más permisivo con la justicia por su mano. Otro aspecto fundamental en la genuina era la música, unas notas totalmente hipnóticas muy de la época que en la presente dejan paso a una música mucho menos temporizadora que se enfrenta incluso a los mucho más imponentes efectos de sonido propios de este género. Como navegante contra corriente, no creo que debamos caer en el error fácil de considerar como principio fundamental el hecho de que las películas originales luego tuneadas son mejores sólo por ese motivo. De hecho, me niego a asumir resignadamente la creencia de que los clásicos del cine son todos obras maestras o credos similares, ya que soy de los que, particularmente, opino que el cine actual tiene títulos igual o más memorables que los de entonces. Volviendo sobre mis pasos, y una vez cuestionada la lógica legitimidad y necesidad de un remake sobre una cinta así, la carga de profundidad sin embargo viene marcada por la vigencia imperecedera del tema de fondo y la modernización de su exposición.