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Crítica: "Aparecidos", de Paco Cabezas

Hace no mucho, "Sexykiller, morirás por ella" salpicó las pantallas de nuestros cines con la "sádica" Macarena Gómez. Sin embargo, en la trastienda, en la faceta creativa, el guión lo firmaba Paco Cabezas. El premiado director de cortometrajes, sobre todo recordado por su "Carne de neón", debuta ahora en la dirección cinematográfica con, a mi entender, una película "más adulta" y menos "teen" que la dirigida por Miguel Martí. Mientras la cinta rodada en Comillas recurría a multitud de efectos, tanto visuales como sonoros, esta ópera prima nos acerca el miedo casi al desnudo, sin efectos discordantes, para demostrar, al menos en mi opinión y a diferencia de las numerosas críticas en su contra, una cinta de género más que correcta.

La historia arranca, salvo un fogonazo previo que nos adelanta parte del futuro desarrollo de la trama, a modo de roadmovie familiar, de manera que, en la primera parte, la pareja de hermanos protagonista se traslada a Buenos Aires para firmar la desconexión de su padre del aparato que le mantiene con vida en el hospital y comienza, una vez realizados los trámites, una viaje hacia la casa familiar en el interior del país. Sin embargo, en este punto, el argumento se reorienta hacia una cinta de suspense/terror propiamente, una circunstancia avanzada con la aparición de una enigmática niña que se convertirá en el hilo conductor de un trama con reminiscencias dictatoriales pasadas. Es este punto, precisamente, el que le aporta un valor añadido a esta cinta, el contenido social que le añade un ingrediente fundamental a la hora de cuajar del modo que lo hace. Esta parte terrena compensa el otro lado de la balanza, el de difícil explicación metafísica, aún así interesante y cerrada con brillantez.

Con una música que nos susurra casi al oído, y que solamente sale al paso de un mayor protagonismo en los momentos de pre-suspense como se entiende en el género, la pareja de jóvenes protagonistas recorre un doble camino. Mientras por un lado buscan resolver el terrible jeroglífico, por otro evolucionan su relación personal y su desarrollo emocional en un sentido creciente, contribuyendo en una doble faceta a que los personajes no sean planos, error de fácil acceso. Aunque es cierto que la mayor calidad interpretativa la aporta el "acento argentino", tanto Javier Pereira como nuestra Ruth Díaz no desmerecen en absoluto y demuestran que pueden ser muy pronto una realidad y no unas eternas promesas. Especial mención para nuestra actriz, en un derroche emocional y físico muy plausible.

Otro aporte interesante es el recurso de los espacios abiertos y cerrados, utilizados los primeros como transición y los segundos como escenarios de intensidad dramática. Lástima del final para la emotividad que quizás, en una pretendida película de género, se desmarca de la línea a seguir y amarga en cierto modo el sabor de boca general de la cinta. Nos lo tomaremos, ya que se acerca San Valentín, como el chocolate amargo que cubre las fresas... Si todas las irrupciones noveles en el cine nacional fuesen como la de Vigalondo y Cabezas, hermanados en cierto modo por sus trayectorias, desearíamos ya más apariciones de este calibre.