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Crítica: "La conspiración del pánico", de D. J. Caruso

Después de trabajar juntos en "Disturbia", una especie de revisión moderna del clásico de Alfred Hitchcock "La ventana indiscreta", la pareja formada por el director D. J. Caruso y la ya megaestrella Shia Labeouf repiten de nuevo, delante y detrás de la cámara respectivamente, para dejar de lado los escenarios acotados de su anterior colaboración y ofrecernos un espectáculo en continua persecución. Una llamada telefónica hace que, en un abrir y cerrar de ojos, un hombre y una mujer pasen a ser perseguidos por distintas agencias gubernamentales norteamericanas como supuestos terroristas. Sin que nada evidencie un vínculo entre ellos, sólo les queda huir hacia adelante puesto que nadie les cree y cada uno tiene sus propios motivos para hacerlo. Esta es la premisa de la que parte "Eagle eye", título original del proyecto que, una vez más, se ha quedado en algún cajón y que, cuidado con el spoiler, ofrece premisas mucho más clarificadoras sobre el devenir argumental de esta especie de cocktail entre "El fugitivo", "Enemigo público", "La red", "El mensajero del miedo"... Si nos han avisado de que la nueva entrega de James Bond, "007: Quantum of solace", será un auténtico dossier de marcas publicitarias, aquí no se quedan cortos, aunque muchas de ellas aún no han expandido sus tentáculos por nuestro país.

Con un inicio prometedor e intenso, la primera parte de la película logra engancharnos con facilidad, y supongo que, intencionadamente, la situación en la que el joven protagonista y la joven madre separada se encuentran juega bastante a su favor para permitir identificarse con la misma a un amplio sector poblacional. No obstante, la segunda parte pierde bastante interés en general, básicamente porque las escenas de acción se van haciendo cada vez más increíbles después de que un par nos deje con la boca abierta por su calidad -alguna incluso nos refresca lo visto en "La jungla 4.0" -, por algún que otro error de base que podría haberse aplicado con anterioridad y que habría puesto fin a toda la situación, y, en el "summum", por el final equivocadamente patriótico, un final feliz saturado de moralina textual a todas luces innecesaria. Entre fotograma y fotograma, resulta llamativo que las escenas de acción están grabadas de un modo que no permiten apenas ver nada, o más bien ver lo justo. Entiendo los comentarios de quienes solicitan una vuelta a la "normalidad" en este tipo de secuencias, pero creo que si se sabe hacer, y aquí ocurre salvo en un par de casos, las persecuciones por ejemplo están muy bien logradas con cambios de plano bruscos que hacen perceptible únicamente lo necesario para situar al espectador como si fuese un jugador de un videojuego en tercera persona.

Con una trama abierta al menos a dos interpretaciones, el hecho de que el secreto se revele a mitad de bobina no causa más que perjuicio al conjunto. No obstante, contribuye a salvar este lastre la estructura narrativa, varios hilos argumentales paralelos que acaban convergiendo en un mismo punto. Además, como no sólo de acción vive el género, entre sobresalto y sobresalto, y de nuevo con acierto, el director nos salpica con fogonazos someros que permiten acercarnos, ni más ni menos, a los respectivos personajes. Puede gustar o no, pero aún así hay que reconocer que Shia Labeouf, el protegido de Steven Spielberg -que produce la cinta y que vuelve a adentrarse en una temática que le interesa mucho como ya hizo en "Minority report"-, es el nuevo Tom Cruise. Puede no conectar con el público a nivel emocional, pero es uno de esos profesionales que sabe sacarle la punta precisa a cada plano. Sin embargo, está claro que aún le queda un largo camino al nuevo Indiana Jones, puesto que se le come su compañera de reparto: Michelle Monaghan, una belleza fuera de cualquier prototipo, cumple como madre angustiada y como heroína de acción; Billy Bob Thornton tiene una de las mejores escenas del metraje en el interrogatorio al sospechoso, un tú a tú, un vis a vis de gran calidad; y Rosario Dawson, sin llamar nunca demasiado la atención, demuestra con creces una solvencia que merece una gran oportunidad.

Planteada como una crítica al "Gran hermano", al "¿quién controla a quién nos controla?" y a la dependencia de los gadgets con la tan ansiada inteligencia artificial como escenario próximo, nos queda la duda de si el mensaje al final se ha traspapelado. La cinta demuestra, eso sí, que los norteamericanos saben hacer extremadamente bien algo que a nuestro cine parece resistirsele. Me refiero, lógicamente, al dotar a las historias de una premisa inicial de interés y un trasfondo con calado pero que se queden en un segundo plano ante una historia cinematográfica de puro entretenimiento visualmente potente: activarse de inmediato "pinchando" las cámaras.