Partiendo de la base de que soy un auténtico desconocedor del cine oriental –para suplir esa carencia ya están mis “compigos” Pablo, Patricia y Pedro (¡vaya, empezamos todos por P!)-, el hecho de no haber visto la cinta original de la que los hermanos Pang se han tuneado a si mismos es, más que una probabilidad, una realidad. Casi una década después de su estreno como tandem cinematográfico con esta misma historia, los tailandeses Danny y Oxide regresan a Bangkok para darle una vuelta de tuerca a su propio guión y, de paso, sacar unos cuantos cuartos en su nuevo domicilio hollywoodiense tras el batacazo de “The messengers”. Desconozco, o prefiero hacerlo, si la elección como protagonista de Nicolas Cage, en un papel bastante parecido al que en su día ya hicieron con distinto tono otros como Jean Reno en “Leon, el profesional” o John Cusack en “Un asesino algo especial”, les habrá venido bien.
Como es obvio, todo remake que se precie, o al menos aquellos que se trasladan a USA, deben someterse a los criterios de la industria por allí imperante. La primera premisa es, sin duda alguna, la presencia de una estrella que permita rentabilizar la injustificable necesidad de una nueva versión. Nicolas Cage ha sido el elegido para dar vida a un asesino a sueldo frío y calculador que, sin embargo, decide romper con su pasado y aceptar un último encargo. Su visita profesional a Bangkok será el último viaje por trabajo. No seré yo quien tire la primera piedra, pero intuyo que hay diferencia entre parecer frío o permanecer impasible independiente de la escena en la que te encuentres. Para colmo, el aspecto físico elegido, rematado por un peinado para nada apropiado, convertiría a este personaje en una parodia si no estuviésemos ante un thriller dramático de acción. Su compañero oriental de reparto, que comienza siendo su cobaya para terminar erigido en su discípulo, es lo único destacable interpretativamente hablando en la película –por cierto, su advertencia sobre la suerte relacionada con la trompa de los elefantes parece no haberse quedado sólo en el desenlace de la historia sino también en el desarrollo de la propia cinta en las salas-. Por el contrario, y aunque el “papel bombón” ofrece esa oportunidad, la chica, que interpreta a una joven sordomuda de la que se enamora el protagonista, tampoco afina.
A pesar de que se mantiene la ciudad de Bangkok como escenario de la trama, sí se han producido otro tipo de cambios que intuimos han derivado en la merma de cualidades del producto final. En la original, el sordomudo era el asesino a sueldo, mientras que ahora, por esas cuestiones industriales antes mencionadas, resulta que es la joven de la que se enamora el personaje principal. Por este motivo, la voz en off prolongada en este remake resulta demasiado cansina. Como contrapeso, en el apartado textual, durante todo el metraje, en el que se repiten varias veces las normas básicas que el protagonista se ha autoimpuesto y que acaba saltándose en su camino sin retorno, podemos escuchar varias reflexiones para pensar dotadas de la justa profundidad reflexiva –ni más filosófica, ni menos banal de acuerdo a los principios de aquellas latitudes-. Esta circunstancia es, particularmente, uno de los principales aciertos de la película ya que la permite distanciarse de la sencillez narrativa made in USA.
Sin entrar a valorar la moralina planteada durante toda la película –sobre todo mediante la justificación de ciertos asesinatos en función de la bondad o maldad de los objetivos-, el metraje transcurre a un ritmo apacible, sin frenesí pero sin pausa, por unos canales bien trazados en los que, curiosamente, navegan ciertas soluciones visuales de gran brillantez, propias del cine oriundo de los realizadores, toques humorísticos que alivian el tono gris genérico y momentos innecesarios –fundamentalmente todos aquellos que tienen que ver con esa pseudohistoria de amor que podría haberse agilizado con las 2 primeras citas-. El final, falto de originalidad por no ser la primera vez que lo vemos y rocambolesco por su desarrollo, resume a la perfección lo anticipado por una trompa de elefante puesta del revés, y es que no se puede pretender acertar con cintas encasquilladas por balas de fogeo.
A pesar de que se mantiene la ciudad de Bangkok como escenario de la trama, sí se han producido otro tipo de cambios que intuimos han derivado en la merma de cualidades del producto final. En la original, el sordomudo era el asesino a sueldo, mientras que ahora, por esas cuestiones industriales antes mencionadas, resulta que es la joven de la que se enamora el personaje principal. Por este motivo, la voz en off prolongada en este remake resulta demasiado cansina. Como contrapeso, en el apartado textual, durante todo el metraje, en el que se repiten varias veces las normas básicas que el protagonista se ha autoimpuesto y que acaba saltándose en su camino sin retorno, podemos escuchar varias reflexiones para pensar dotadas de la justa profundidad reflexiva –ni más filosófica, ni menos banal de acuerdo a los principios de aquellas latitudes-. Esta circunstancia es, particularmente, uno de los principales aciertos de la película ya que la permite distanciarse de la sencillez narrativa made in USA.
Sin entrar a valorar la moralina planteada durante toda la película –sobre todo mediante la justificación de ciertos asesinatos en función de la bondad o maldad de los objetivos-, el metraje transcurre a un ritmo apacible, sin frenesí pero sin pausa, por unos canales bien trazados en los que, curiosamente, navegan ciertas soluciones visuales de gran brillantez, propias del cine oriundo de los realizadores, toques humorísticos que alivian el tono gris genérico y momentos innecesarios –fundamentalmente todos aquellos que tienen que ver con esa pseudohistoria de amor que podría haberse agilizado con las 2 primeras citas-. El final, falto de originalidad por no ser la primera vez que lo vemos y rocambolesco por su desarrollo, resume a la perfección lo anticipado por una trompa de elefante puesta del revés, y es que no se puede pretender acertar con cintas encasquilladas por balas de fogeo.