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Crítica: "Funny games", de Michael Haneke

¡Asqueado!. Lógicamente, uno puede sentirse así cuando intentan tomarle el pelo, y en Hollywood, últimamente, lo intentan demasiado a menudo. Secuelas, precuelas y spin-off... adaptaciones literarias a discreción... remakes de clásicos y no tan clásicos... y, ahora, la moda con la que pretenden ningunearnos es la de la clonación narrativa y visual de títulos con tan poca solera, que no proyección cinematográfica, como son apenas 10 años de vida. Si primero fue Gus van Sant quien intentó calcar la "Psicosis" de Alfred Hitchcock, aquí ya, además, se riza el rizo. Uno de los directores independientes hasta la fecha, el germanoaustriaco Michael Haneke, ha sucumbido sin embargo a los cantos de sirena de la industria norteamericana y se ha vendido, literalmente, al mejor postor. Entre esta maraña de escepticismo suscitada al aficionado cinematográfico, no obstante, podemos encontrar algo que sacar a relucir.

El estreno del clon americano de "Funny games", como decimos, tiene, menos mal, un aspecto positivo: la posibilidad de recuperar el original que copia vulgarmente. He de empezar, para mayor sonrojo, hablando en favor del reparto protagonista de la genuina en detrimento de las supuestas estrellas hollywoodienses. El elenco formado por actores germanoaustriacos, como el fallecido Ulrich Mühe de "La vida de los otros" o Susanne Lothar de "La pianista" -y un desaparecido Arno Frisch que, como en el caso de la protagonista femenina, no es la única vez que trabajó con el director-, le da, como lo oyen, mil vueltas a los Tim Roth, Naomi Watts y Michael Pitt de turno. Por mucho que, por ejemplo, piense que el actor de "Last days" sea uno de los actores con más talento en la meca del cine, ¡lo siento!. Además de generar una afinidad terroríficamente realista con la que cualquier espectador puede sentirse más identificado, los nombres escritos con luces de neón, y no es que sean intérpretes de dudosa calidad, no consiguen superar el listón tan alto marcado por sus predecesores. De hecho, así son los americanos, los personajes secundarios han sido renombrados vaya usted a saber por qué.

La historia, para demostración de que no hace falta buscar tramas enrevesadas, es bien sencilla. Dos jóvenes irrumpen en la casa de una familia que se encuentra veraneando en el campo y, para asombro de los asaltados, les plantean un juego: "Vosotro apostaréis que estaréis vivos mañana a las 9 de la mañana, y nosotros que estaréis muertos". Tan desconcertante como inquietante, uno de los principales baluartes de este drama curiosamente tan vigente a día de hoy por el desarrollo de las viviendas unifamiliares. Para colmo, lo que en principio podría parecer que tendría un rápido desenlace se alarga, algo que para nada le resta interés al desarrollo de un juego en el que vamos descubriendo a cada paso alguna regla nueva e incluso abre opciones de salida, explicando otra de las esencias de la película: "No hay que olvidar la importancia del espectáculo". De este modo, la interconexión con el espectador es directa y contundente, haciéndonos sentir casi partícipes de la atrocidad en un doble y preocupante sentido: por un lado, cómplices de los verdugos; por otro, culpables de la indefensión de las víctimas. Metáforas aparte, la sangre salpica un aparato de televisión en clara referencia al morbo con el que todos ponemos nuestra mirada en la pequeña pantalla.

No sé si es positivo el hecho de que una película con semejante argumento -que al mismo tiempo es un bucle temporal en el que la tragedia viene y sigue repitiéndose-, donde el más inocente acaba tiroreado... continúe tan fresca e impactante. ¡Pero lo cierto es que así es!. Espero que, una vez haya llenado su cuenta bancaria, a Michael Haneke, que debería pensar más en argumentos como "Caché" o "Código desconocido", no le queden ganas de repetir la experiencia porque, en 10 años, no se puede pasar de la esencia del cine a un burdo juego sin gracia.