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Crítica: "#7", de Luis M. Artabe/Nacho G. Solana

Las características intrínsecas de los cortometrajes, a diferencia de su hermano mayor "el largo", hacen que estas piezas, más aún cuanto más breves sean, requieran "la chispa adecuada" para captar la atención del espectador y no pasar demasiado fugazmente por sus ojos sin respuesta alguna más que el olvido inmediato. Los minutos innecesarios de metraje plano, fundamentalmente por "ego" del artista o adecuación exprimida a normativas festivaleras rentabilizadoras, se nos sirven, para complacencia propia y sopor generalizado, con demasiada frecuencia. Partiendo de esta premisa, "#7", una historia firmada a dúo por Nacho Gutiérrez Solana y Luis Miguel Artabe -sobre un guión suyo-, acierta de lleno a la hora de no intentar estirar una idea ingeniosa -aunque con sus peros-, una idea luminosa en principio aunque con tendencia a la atenuación fotograma tras fotograma.

Con un sobrio y prometedor inicio -en la línea del cartel del cortometraje-, no obstante, uno de los principales defectos de la cinta -marcado por la logística de todo rodaje-, es el vestuario. Curiosamente, por el contrario, ese condicionamiento se convierte, al mismo tiempo, en un genuino anticipo del ya habitual giro final, realidad confirmada por otra pista "a ras de suelo" pocos instantes antes de que tenga lugar. El texto, casi un monólogo por parte del protagonista absoluto, padece de altibajos, aunque siempre rayando a un interesante nivel en el que desentonan algo las arengas militares y destacan las numerosas referencias al dígito que da título a la obra.

Compensa estos pequeños lastres el potencial inmenso del protagonista, un Agustín de Leiva en estado de gracia capaz de emular al emperador corso y salir airoso, incluso con medallas de reconocimiento en su casaca y pese a cierto aire de "enajenación mental" que inunda a todos los genios. Del resto del reparto, dada su poca participación, ni siquiera podemos valorar su intervención. Además, la BSO es sencillamente exquisita. Curiosamente, otro cortometrajista de la región, Alvaro de la Hoz, reconocido seguidor de las partituras cinematográficas, se adentra en los pentagramas para demostrar también su talento como compositor en la estela de nombres como Eastwood y Amenábar que, igualmente, se encargan de sus propias músicas. Mención especial para una desgarradora versión del himno francés, "La marsellesa", interpretado por Mireille Mathieu, conocida como "el ruiseñor de Avignon". Cuando se escucha algo así, y por mucho que se haya dicho en la pasada Eurocopa, la letra le da otro aire más sentimental y patriótico a un himno.

Los aficionados a las cábalas, entiendo, utilizarían el número 7 como arma arrojadiza de sus enrevesados pensamientos matemáticos; no obstante, los directores de esta historia surrealista y "alocada" han encontrado, en tan "perfecta" cifra, una excusa idónea para pulir, conjuntamente y quemando paso a paso etapa tras etapa, su pulso cinematográfico en busca del "#10". La sabiduría popular dice que "lo breve si bueno, dos veces bueno". Aunque en este caso no multiplicamos por dos, la unidad es lo suficientemente notoria como para ofrecer, hasta el próximo proyecto, un extenso campo de maniobras.