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Crítica: "2.14", de José Luis Santos

Aunque el propio director lo comunicó durante el reciente estreno, espero que las siguientes líneas, con las que comentaremos su trabajo y que se encuentran en polos diametralmente opuestos a las típicas palmaditas en la espalda, no contribuyan a que José Luis Santos nos abra un expediente o ficha policial, algo que los protagonistas de su segundo cortometraje experimentan en carne propia.

"2.14" es una historia ambientada en "un futuro no muy lejano", un futuro en el que la vida de los ciudadanos se encuentra maniatada y controlada por una autoridad que se cuida de que nadie se salga del guión establecido, una relación en la que una acusación de cualquiera puede hacer que, como les ocurre a los dos protagonistas de esta historia -una joven pareja como muchas otras-, los agentes de la ley se entrometan en su casa una noche. La conciencia social evidenciada por su director en su anterior trabajo, "Hablamos esta noche", queda de nuevo patente a través de estos fotogramas. Preguntas del tipo ¿hacia qué sociedad caminamos? o ¿qué tipo de protagonistas seleccionamos como ejemplos? sobrevuelan, a través de alguna que otra propuesta meritoria, un argumento cinematográfico al que aportan su carácter etiquetable como "cine de autor". Pese a que la narración es del todo compatible con una crítica plural al pensamiento único, lo cierto es que resulta difícilmente creíble un futuro como el planteado a medio plazo, al menos a día de hoy.

Con unas melodías muy acertadas y una Ana Obregón en todo "su esplendor", los intérpretes de esta historia sufren cierto desajuste y una descompensación demasiado evidente en la pantalla. Por un lado, magistral y absolutamente temible, en el buen sentido de la palabra, Fernando Ruiloba. No me gustaría coincidir con él en un ascensor, lo cual evidencia el grado de realismo transmitido. Igualmente, la protagonista femenina, María Castillo, vuelve a estar brillante y dota de esos matices reservados a las grandes un papel con sorpresa incluida. Sin embargo, su pareja en la ficción, Víctor Lamadrid, completa una interpretación llena de altibajos. Si cuando comparte escena con María llega a comunicar la química de pareja necesaria, en el resto de situaciones, sobre todo en los momentos del interrogatorio particularmente, y sabiendo que es capaz de mucho más, puede llegar a defraudar.

Entre los aciertos más visibles, ya que se trata fundamentalmente de efectos de esta índole, el uso acertado, en momentos puntuales y necesarios, de la doble pantalla, el recurso de la ventana indiscreta o un zapping televisivo muy divertido -toda una declaración de intenciones sobre el pretexto último del cortometraje-. Por otro lado, el final resulta, al menos, cuestionable si dudamos entre un cierre definitivo, que aquí se produce, o una alternativa menos explícita para la pareja protagonista, propiciada por un recuerdo del inicio y unos sonidos del todo elocuentes y clarificadores. Como ocurre en el caso de los largometrajes, el segundo cortometraje tiene la difícil papeleta de mejorar o, al menos, estar a la misma altura que el anterior. En este sentido, José Luis Santos acierta a la hora de elegir una historia que va más allá de un simple planteamiento. La complicada tarea de envolver una idea dentro de un producto más propio del celuloide no siempre resulta provechosa y, con "2.14", lo ha hecho.