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Crítica: "Eskalofrío", de Isidro Ortíz

Mientras Hancock aterriza, seguramente y pese a sus resacas, con un buen pie en la taquilla, también ha llegado a nuestra cartelera un nuevo ejemplo, en este caso bajo la batuta de Isidro Ortíz, de lo que podemos denominar “terror rural made in the deepest Spain”. Con elementos comunes a otros títulos españoles como Los otros, de Alejandro Aménabar, o la más reciente Bosque de sombras, de Koldo Serra, un error de base es su intento de llamar la atención del público juvenil, ya que la presencia en pantalla de su joven terceto protagonista, salvo en el caso del personaje central, es más bien escasa.

Si los televisivos Blanca Suárez, de El internado, y nuestro Jimmy Barnatán, de Los Serrano, se limitan a ser, respectivamente, la “chica” y el amigo “gracioso y rarillo” del protagonista –mientras que de esta chica puede asegurarse que dará mucho que hablar, eso sí no sé en qué sentido, los que parecen totalmente inncesarios en el tono general de la película son los gags cómicos que introduce el personaje del actor santanderino-, es precisamente una de nuestras promesas, Junio Valverde, el adolescente sobre el que recae casi todo el peso de la historia. El actor, al que este año hemos visto en Fuera de carta y con anterioridad en Vida y color, se mete con certera credibilidad en la piel de un chico con fotosensibilidad que se va con su madre a un pueblo perdido en las montañas, donde las horas de luz son muchas menos, y donde extrañas muertes se suceden desde su llegada con un denominador común: todas ocurren en el bosque.

Además del acierto en la elección del protagonista, resaltar igualmente el inconmensurable trabajo del grupo de secundarios: Mar Sodupe, Frances Orella, Roberto Enríquez y Josep María Domenech, éste último sobremanera, están sencillamente espectaculares en sus interpretaciones. Inmersos ya en el metraje, mención especial para dos escenas. Los dos encuentros entre el joven protagonista y quien/lo que se supone está causando las muertes, con total sinceridad, logran transmitir una desazón inquietantemente angustiosa. ¡Y al más puro estilo Alien!. La música merece mención aparte: una partitura chirriante y totalmente errónea culmina con una canción final de claras referencias asiáticas. De hecho, la historia y el montaje, tienen ese aire del cine de terror de aquel continente.

Con una atmósfera húmeda, que logra transmitirse incluso a través de la pantalla, y unas fantásticas vistas panorámicas con la niebla como invitada permanente, esta historia de acertado planteamiento fugaz, desarrollo ajustado y desenlace tan excesivamente largo como innecesario -sobre todo con un flashback/interrogatorio y un plano final demasiado explícitos e inapropiados en el conjunto de la trama-, si bien no nos dejará un poso prolongado, consigue que descubramos nuestros límites y seamos sabedores que hay fobias superables ante males mayores.