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Crítica: "La puerta de los sueños"

¡Sorprendente!. Esta es la primera palabra que se me ocurre después de ver el debút como realizador de José M. Cuenca. La ópera prima de nuestro nuevo realizador demuestra que, en el formato cortometraje -y en Cantabria concretamente-, no todo estaba visto, y que no siempre las luces al fondo de los túneles tienen que estar relacionadas con viajes de ultratumba. Aquí los rayos de luz -entendiéndose los mismos como novedad en lo que a propuesta audiovisual en estas aguas calmas se refiere-, los hay, y en cantidad -e intensidad- interesante y prometedora.

Estos rayos de luz tienen por realidad, física y precisa, un montaje dinámico. Como suele ser habitual, lo brillante no es fruto de la casualidad, y este caso tampoco iba a ser una excepción. ¡Hay truco!. El director conjuga recursos del cine de terror asiático, ciertamente inusuales por estas latitudes y centrados en miedos terrenales cotidianos, con elementos propios de los videoclips musicales, entorno del cual procede y con el que se siente tan familiarizado como para dar un salto de "categoría". Y lo hace, para mayor satisfacción, con precisión puntillosa y aires de maestría.

No obstante, una vez visto el resultado final, la sensación adquirida es que, la misma procedencia musical previamente comentada, se ha constituido en una barrera de momento infranqueada. Y no ha conseguido sobrepasarla por dos cuestiones fundamentales que no suelen ser caldo de cultivo propicio en la puesta en escena de los videoclips: el guión y la interpretación. Por un lado, el guión, de estructura circular y con un final abierto que disimula "posibles" fallos narrativos y argumentales, está compuesto por diálogos que, en muchas fases del mismo, no resultan nada creíbles y sí excesivamente artificiales.

Innecesaria resulta la presencia, además -como concatenación con el otro handicap-, de los personajes/amigos de la protagonista y su pareja -otro papel cuya necesidad es ciertamente cuestionable-. Así y todo, la limitada, por no decir practicamente inexistente, dirección de actores no consigue hacer que estas dos carencias puedan ocultarse de algún modo o hacerse menos evidentes. Salvo algún atisbo de calidad ofrecido por la protagonista, Marian Casado -una actriz con un físico que recuerda mitad a Blanca Portillo y mitad a Mischa Barton-, el resto de interpretaciones sufren de un marcado carácter prefabricado.

Pero volviendo a las partituras, y dejando de lado pulseras anticirculatorias, el acompañamiento musical es otro de los aciertos, fundamentalmente con los acordes pseudobarrocos que sirven para acrecentar la tensión en los momentos clave. Es difícil deshacerse de los aportes adquiridos, pero no todas las experiencias sirven para darles uso en cualquier situación. Como toma de contacto, este cortometraje abrre un camino lleno de luz, aunque, antes, habrá que desandar lo andado en sendas paralelas.