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"Lo mejor de mí": suficiencias o insuficiencias...

En la antesala de la celebración internacional del Día de la Mujer Trabajadora, una nueva realizadora se suma a la lista de las que, en nuestro país, aportan su mirada sobre temas de relevancia personal y sentimental. Seguramente, más de uno coincidamos en mencionar a Iciar Bollaín o Isabel Coixet como el máximo exponente en este sentido. Desde ahora, Roser Aguilar, debutante tras la cámara en este proyecto propio de centro educativo cinematográfico, se une a este elenco con una cinta que alterna momentos livianos y edulcorados con otras situaciones dramáticas y punzantes. Y el protagonismo femenino se extiende también a la historia narrada, puesto que el argumento gira en torno a una joven enamoradiza, perdida de amor por su novio, que decidirá donarle parte de su higado cuando a su pareja le diagnostican una hepatitis.

Muchos encontraréis en esta cinta varios elementos, como la falta de afinidad individual o la ausencia de emotividad colectiva, que justifiquen vuestra opinión sobre un cine español carente de interés para un público mayoritario, y eso pese al tema tratado. No obstante, por cercanía propia en dos aspectos, y porque no es todo tan linealmente horizontal como parece, esta ópera prima merece al menos una “segunda opinión”. De un lado, la ambientación radiofónica que campea por el metraje; de otro, la debilidad por Raquel busca su sitio, aquella serie que nos “destapó” a Leonor Watling y cuyo nombre y situaciones referenciales a nivel personal comparte la protagonista de esta historia. Ella es Marián Alvarez, una actriz a la que ya seguimos desde Motivos personales y que ahora, después de participar en A golpes, se ha incorporado a la plantilla sanitaria de Hospital Central. Bella donde las haya y con talento desbordante, gracias a ambas realidades logra comerse la cámara en cada plano. Él es Juan Sanz, secundario en títulos como El calentito o 20 centrímetros que aquí, como principal, no minimiza demasiado el potencial de su compañera.

A parte de la falta de “punch” ya mencionada, uno de los principales errores de la cinta, que depende casi exclusivamente de la pareja protagonista, es la ínfima presencia de unos secundarios muy secundarios: los padres, la amiga o el compañero de ella, el padre y la amante de él, la enfermera o el doctor. Para tratarse de una historia de personajes –donde incluso se reflejan y presumen terceras personas en la relación sentimental principal-, éstos, el resto, se quedan en las afueras argumentales. Una lástima desaprovechar al “profesor” Lluis Homar, a la televisiva y aquí mas seria y comedida Carmen Machi, o a la lamentablemente semidesaparecida en el ámbito profesional Marieta Orozco. Y esto enlaza, precisamente, con otro de los lastres de la historia.

Al principio, haciéndose eco de la efusividad de la vida en pareja, las escenas son muy cortas, aceleradas. Por el contrario, a partir del punto de inflexión narrativo –el momento en el que se comunica la enfermedad-, las secuencias se van haciendo más largas, reflexivas, dolentes… incluso, en algunos casos, extrañamente poéticas. Si bien se entiende el recurso, que podría haber apoyado el desarrollo de la historia, curiosamente produce un efecto contrario. Cuando el final podría dejarnos soporíferamente indigestos de amor empalagoso, el realismo y la vitalidad de dos personajes que evolucionan en direcciones opuestas nos deja con los pies en la tierra. Única y exclusivamente, de intenciones honestas, lo podrían certificar algunos políticos en plena resaca electoral, no se puede vivir, con lo cual deberemos decidir entre suficiencias o insuficiencias del todo o las partes.