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"Expiación": los pecados sin perdón...

2 Globos de Oro y 7 Nominaciones a los Oscar, coincidiremos al menos en este punto, son un notable pretexto para que, en el peor de los casos, espectadores como nosotros asistamos a un visionado solamente para intentar poner una mancha en tan brillante curriculum. Reconozco que con Promesas del este me ocurrió algo parecido. ¡Y acabé reafirmándome en mi tesis inicial mediante argumentos que me ofrecía la propia película!. En este otro caso, los defectos de solidez han sido más difíciles de localizar, aunque los hay –incluso con algún parecido incluso con la cinta de David Cronenberg-, y un indicativo al respecto, precisamente además muy orientador e instructivo, podemos encontrarlo en los 5 Globos de Oro que ya se quedaron por el camino –de las 7 estatuillas a las que optaba sólo consiguió las de Mejor Película Dramática y Mejor BSO-.

En conjunto, la película se muestra en todo su esplendor. Sin embargo, desglosando los distintos apartados, la nota media pierde bastantes enteros. El director de Orgullo y prejuicio, que ahora avanza en el tiempo para quedarse a las puertas de la II Guerra Mundial, nos presenta una historia de envidias, rencores, perdones, redenciones alcanzadas e inalcanzadas, y, sobre todo, desolación, mucha desolación. Una joven acomodada se enamora de su “letrado capataz”, el mismo por quien su hermana pequeña manifiesta identicos sentimientos y que acabará en prisión, y en la guerra, por una acusación incierta de la pequeña al sentirse incapaz de conquistarle. Para conseguir su propósito, Joe Wright utiliza algunos recursos que resultan increíblemente efectivos pese a su sencillez y otros, los que se supone quizás deberían otorgar al metraje ese aura de obra maestra para el recuerdo, que lastran las posibilidades de la película.

Entre los primeros, destacando por encima del resto, una concatenación musical incisiva y reincidente que expresa, a través del tecleo de una máquina de escribir, tanto la doble vinculación literaria de la cinta como la sensación de desazón que envuelve al argumento. Claro está, además, no podemos obviar el despliegue de cualidades en lo relativo a la fotografía, colorista en el fragmento que se desarrolla en la campiña y grisáceo en su campo bélico. Y entre los segundos, la mayor decepción la ofrece un reparto que, a pesar de los nombres, no consigue transmitir y está muy lejos de otros de sus papeles anteriores. Ni Keira Knightley, que ya trabajó con el director en la adaptación de Jane Austen, ni James McAvoy, una de las más firmes promesas de futuro y que tendrá que reorientarse si quiere seguir siendo El último rey de Escocia, aprovechan a medio gas sus talentos. Vanessa Redgrave, que apenas sale unos minutos, aporta el único ápice de credibilidad en el plano interpretativo, porque en el caso de la joven Saoirse Ronan, el descubrimiento de la película, tampoco podemos unirnos al clamor general de aplauso y reconocimiento. Si bien aporta más que la mayoría de sus compañeros, su papel, en manos de otras actrices descubiertas por todos nosotros en su pubertad, hubiese tenido mucha mayor credibilidad. El otro pozo en el que se ahoga la historia, y donde decrece mucho la tensión, es el innecesario episodio pseudo-bélico del protagonista masculino, salvo un plano-secuencia playero. ¡Podría haber resultado mejor dejarle en prisión!. Lo que no me atrevo a valorar es, en la primera mitad de la película, el hecho de contar algunos momentos consecutivamente desde dos puntos de vista: Y no me atrevo porque, por un lado, resulta interesante la sensación de tirantez acumulada, mientras que, por otro, alarga el metraje y lo hace algo más pesado.

El final planteado, ciertamente agridulce, intenta ofrecer la compensación redentora a través de capítulos ficticios totalmente creíbles. Sólo una duda a este respecto: ¿por qué la novela 21?. Hubiese quedado mejor la novela número 18, la mayoría de edad, la edad de la comprensión en torno a los errores cometidos e “imperdonables”. Por mucho que el resto lo haga, nosotros no podemos expiar, sin más, los pecados sin perdón por pensar en las estatuillas.