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"Cuestión de fe": prueba de amor...

De vez en cuando, el mundo del cortometraje regional sufre cambios de rumbo con nuevos trabajos que suponen bocanadas de aire fresco. Dentro de un formato habitualmente anclado por la escasez de medios, en ocasiones, las ideas son igualmente demasiado personales para conectar con el resto del público. El último trabajo de Álvaro García, rompedor en muchos sentidos con este anquilosamiento forzado, viene a recordarnos que los castillos de naipes dependen tanto de los ases y los reyes como de los naipes menos considerados.

Saboteadoras a la entrada del estreno del cortometraje

Como viene siendo habitual en su trayectoría, el director de Torrelavega nos ofrece una nueva sesión de reflexiones en torno a las libertades personales y ajenas, a la capacidad de decidir por un@ mism@ sin que otros lo hagan por ti. Esta temática humana, tratada eso sí aquí desde otro prisma completamente distinto, ya envolvía algunos de sus anteriores trabajos como "Pulsión" o lo anterior en su filmografía, "Todo mi mundo". Una historia de amor entre un chico y una chica, a priori, no tiene muchos puntos a su favor ya que es la típica historia vista mil veces en una película. No obstante, si a los dos primeros pasos habituales, léase chico conoce chica y chico se enamora de chica, se le añade un último vértice vertebrador, del entonces ya triángulo, las cosas cambian un poco. El cambio es aún mayor si tenemos en cuenta el porcentaje de piel exhibida en pantalla, unos poros sin pudor ni complejos que se abren también como exponente de esa libertad antes comentada.

El equipo técnico y artístico tras la proyección del estreno

La carga de profundidad del cortometraje es, como ya hemos dicho, el derecho único e indivisible de toda persona, pero, en superficie, son el sexo y la religión los temas más innovadores e incendiarios. Estas temáticas, además, nos permiten valorar aún más al reparto de la historia. Patricia Mediavilla y Roberto Jubete lo han puesto todo, bueno, una más que otro puesto que, pese a todo, parece que la igualdad no ha llegado de momento al marco del desnudo. Sus dos personajes iniciáticos, cada uno dentro de su condición, evolucionan satisfactoriamente al tiempo que sus personajes, por la creciente actuación de sus intérpretes, se van haciendo más creíbles según avanzan los 20 minutos de metraje. Mención aparte requiere su aportación musical, tanto cantando como bailando temas de Alaska, Obk... Sin ser profesionales, tanto ella como él conseguir trasmitir el dinamismo pretendido, aunque queda contrastado una vez más que, en conjunto, y haciendo extensible el mérito al resto del elenco, las chicas se mueven mejor que nosotros. Ella, además, ¡lo reconozco!, se defiende con soltura interpretando uno de los tres números musicales que se entrelazan con el argumento y que, salvo en el caso de la segunda coreografía que sufre un corte abrupto, encuentran, incluso en el primero de los casos, un brillante acomodo con la continuidad narrativa.

El director, Álvaro García, junto a los actores principales

A este guión, puesto en escena con gran oficio, le falla una pata, aunque creo que ésta ha sido recortada intencionadamente. Ciertos "aromas" de "cursilería" en algunos fragmentos de diálogo, si bien pueden entenderse como enfatizadores, pueden llegar a no cumplir bien su cometido y rebajen la línea seguida. La narración de la historia, poco a poco, nos lleva, finalmente, a un último personaje: el nexo de unión en todos los frentes. El "Padre" Pedro Morales interpreta al sacerdote/confesor de la película, quien, en un mismo hábito, encierra el drama y la comedia: el drama por lo subliminal que podemos suponer, y la comedia por las dosis de humor gestual y verbal que nos regala en un registro formidable. El tono de comedia mordaz de este preparado, amenizado también como puede presuponerse con alguna música pseudo-sacra, nos permite, asimismo, quitarle hierro a un asunto tan difícil de atacar como éste. Y, centrándonos ya en otros apartados por los que hemos pasado de soslayo o de los que hemos huido hasta ahora, conviene resaltar en este punto alguna otra faceta evidentemente meritoria. Por un lado, la conceptualización del conjunto a través de cambios radicales estéticos y de vestuario de los protagonistas; y, por otro, el tratamiento fotográfico y de postproducción consiguiendo unos halos de luminosidad casi "divina". Por todo ello, ha comenzado ya la cuenta atrás para comprobar, en futuros trabajos como en éste, una nueva prueba de amor al cine poliédrico.