Cuando una película presenta un título tan aclaratorio y largo como éste, la idea de que el argumento y el metraje de la misma puedan ir en consonancia tiene todos los visos de ser la más acertada. Y ¡bingo!. Por un lado, tenemos la historia de uno de los forajidos más famosos de los USA -¡claro está!-, y, por otro, una duración nada desdeñable de dos horas y cuarenta minutos más propia del cine de autor que de un producto comercial. Así que, a tenor de ambas circunstancias, es más que probable el hecho de que muchos de vosotros encaminéis vuestros pasos hacia otra sala. ¡Ahhh!. ¡Error!. Aunque reconozco que tampoco se trata de un western al uso, lo cierto es que esta cinta de Andrew Dominik, director al que apenas tenemos el placer de conocer por una semidesaparecida película titulada Chopper -con Eric Bana-, cuenta con varias balas en la recámara.
El cartucho más evidente, y principal reclamo taquillero, es la presencia de Brad Pitt, quien, metido en la piel de Jesse James, conquistó la Copa Volpi al Mejor Actor en Venecia por este papel. Sin la posibilidad de comparar con el resto de candidatos a ese mismo galardón, he de reconocer que la megaestrella hace una muy buena interpretación. Puede que no sea magnífica -y que alguien lo mereciese más que él-, puede que no sea la mejor de su vida –Fincher es, sin duda, quien logra sacarle mejores registros-, pero sí resulta loable y resolutiva, primero, como frío y calculador forajido y, después, como mito caído a los pies de su propio ego y locura. Robert Ford, el integrante de su banda que le dio el finiquito, está interpretado por Casey Affleck -sí, el hermano menor de Ben, quien curiosamente precedió en la misma categoría a Pitt en el palmarés veneciano-. El personaje de Pitt tiene una secuencia evolutiva de sube y baja, mientras el de Casey, quien ya ha trabajado con el marido de Angelina Jolie en la saga de Ocean y estrenó el mismo día la ópera prima de su hermano Adiós, pequeña, adiós, tiene una fase más con un orden invertido en la que expresa con determinación distintos registros: baja, sube y vuelve a bajar. Fijaros bien, además, en el parecido físico entre Casey Affleck y Hugh Grant. Aunque ellos son la pareja protagonista, hay un reparto de secundarios muy interesante y que, en ningún momento, baja el listón. De hecho, podría decir, incluso, que, en muchos momentos, les superan. Destacan, sobre manera y por trayectoria, el veterano Sam Shepard –a quien vimos con Pe en Bandidas y que aquí interpreta al hermano mayor de James, su punto de inflexión-, Jeremy Renner –ya os comenté en 28 semanas después que hay que seguirle y sigo insistiendo porque dará mucho que hablar- y Mary Louise Parker –una excelente actriz desaparecida, lamentablemente, de la gran pantalla que, en apenas una breve aparición, sobre todo en un momento clave, derrocha realismo y credibilidad-.
Como os decía, no sólo hay una bala en la recámara de este revólver. Hay varios apartados interesantes, como, por ejemplo, la fotografía, la música, el montaje –aunque en este caso con alguna bala de fogueo-, y, en un sentido más amplio, su categoría de película de género. Empezando por el principio, la estética se aleja completamente del carácter polvoriento de los clásicos western, para centrarse en épocas otoñales e invernales que deparan paisajes poco frecuentes pero recordados en títulos como La leyenda de la ciudad sin nombre. La música, repetitiva en las secuencias de transición -puesto que en el resto de la película acertadamente se escucha únicamente el sonido escénico-, la acabaremos tarareando sin dificultad al salir de la sala. Es obra de Nick Cave, artista polifacético donde los haya puesto que, además de compositor, también para bandas sonoras, de vez en cuando aparece como actor –compartió protagonismo con el propio Pitt en Johnny Suede- e incluso dirige. En el montaje, destaca el uso del efecto bola de cristal para las secuencias de transición en las que se recurre a la voz en off, algo que, sin ser novedoso ni espectacular, si le otorga un mayor aire poético y de distinción. Dos secuencias imperdibles: Jesse James dispuesto ante el tren que están a punto de saquear -de noche y con el humor del tren haciéndole desaparecer-, y el momento en el que Robert Ford atraviesa la cabeza de su primera víctima –el primo del propio Jesse-.
No conviene, sin embargo, engañarnos. No hay acción ninguna, salvo cuatro disparos ejecutorios, puesto que se trata de un retrato intimista a la personalidad de dos hombres. No se trata de la vida de Jesse James, sino de la de Robert Ford, ya que es, a partir de la llegada de éste a la banda de forajidos cuando comienza la historia. Y se nos vuelve a recordar, para no caer en el error, cuando, a la muerte de James, la película continúa su discurrir para comprobar qué ocurre con el futuro de su verdugo: un camino de tortura propia y ajena. La sociedad, con mayor frecuencia de la deseada, convierte en mitos a los delincuentes y en villanos a sus captores. Después de tanto tiempo, Jesse James es una leyenda y Robert Ford una víctima del olvido, aunque, en su día, cuando eran amigos y, como en la última cena, comían mitos y “traidores” en la misma mesa.
"El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford": mitos y "traidores"...
crítica
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