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"Mataharis": maneras de vivir...

Habituada ya a pasar por San Sebastián para presentar sus trabajos, la directora Icíar Bollaín ha hecho lo propio hace unos días con su última historia. Si con su anterior película, Te doy mis ojos, centrada en la denominada violencia de género, consiguió acaparar gran parte del palmarés, con este nuevo argumento, que incide en la dificultad de las mujeres para asimilar vida laboral y personal, no ha corrido la misma suerte. La filmografía de esta realizadora puede decirse que es, prácticamente, un retablo de realidades sociales presentes que este último título viene a examinar y en las que la mujer, en principio protagonista aparente y absoluta, queda desbordada por la secundaria presencia masculina y las sensaciones y reacciones que ésta le provoca.

Ha pasado tiempo desde su fresca y saludable ópera prima Hola, ¿estás sola?, un soplo de aire nuevo que sacudió el preestablecido cine español. Sin embargo, en esta última incursión en el celuloide da la sensación de que bien podría haber sido ésta, precisamente, su ópera prima. Se suele decir que, los que toman la cámara por primera vez, aprovechan para llenar el metraje de numerosos asuntos por miedo a que no haya una segunda oportunidad. Y eso es lo que parece ocurrir aquí, algo que, en principio, podría hacernos creer que supone un paso atrás en su carrera. En Flores de otro mundo abordó la inmigración, los matrimonios de conveniencia y los problemas de convivencia; en la ya citada Te doy mis ojos se centró en los malos tratos; y ahora, en Mataharis, posa su mirada al mismo tiempo en varios temas más: la conciliación laboral y familiar, los problemas de pareja, la intromisión en la intimidad de otros, el mercado laboral y en especial las subcontratas… Suerte que es una directora con tablas y sale bien parada, puesto que casi todo en esta vida, directa o indirectamente, guarda algún tipo de vinculación con lo que uno menos se imagina. Todo esto sirve para cerciorarse, además, si no estuviese ya claro, de que no estamos ante una película de referencias, sino de un sello personal.

Las 3 protagonistas son mujeres detectives que intentan llevar lo mejor que pueden sus vidas: ahora en el puesto de trabajo, ahora en su casa. No obstante, la profesión detectivesca de todas ellas es, únicamente, una excusa para que la directora entre en sus vidas personales, porque las 3 van a descubrir, a través de los respectivos casos que investigan, su propio camino: una se decantará por la vida familiar, otra por el trabajo y la tercera será el término medio entre una y otra. De esta forma, la directora se lava las manos y no se moja, y, por este motivo también, los que atacan la cinta al no hacer más hincapié en la profesión de las protagonistas se equivocan. No se pretende, en ningún momento, hacer una cinta policíaca o algo parecido. Basta comprobar el montaje y la narración. Por un lado, dada la utilización de las nuevas tecnologías en dicha profesión, lo cierto es que se podía haber recurrido a un mayor efectismo en algunos fragmentos, puesto que salvo los créditos del principio y el final, y un par de escenas de cámara oculta, no hay nada de nada. Simplemente, no es lo que se busca. Por otro, el estilo con que se narra la historia, al ser más personal que profesional, puede parecer lento. A pesar de que la cinta tiene una duración convencional, puede hacerse excesivamente larga, así que mejor no vayan a una sesión nocturna. Además, tampoco tiene nada que ver con las típicas cintas de espías o los recientes chicos tipo Disturbia metidos a voyeurs, puesto que esta agencia de detectives se dedica a asuntos más de andar por casa. Se le puede achacar, eso sí, un gran número de escenas inconclusas en las que, incluso, los diálogos parecen laminados bruscamente.

Si hay algo que ha conseguido Bollaín como directora es, precisamente, caracterizarse por sus cuidados diálogos y su dirección de actores. Estas son, sin duda alguna y de nuevo, las dos principales bazas de esta película. Si las conversaciones, ahondadas con silencios y miradas sabiamente dispuestos, casi parecen manar de nuestra propia boca, el nivel interpretativo del reparto es, en su conjunto, digno de mención. De actrices como Najwa Nimri, toda una debilidad personal, poco se puede añadir. Nuria González, marcada por el “jamonero” de Los Serrano, se desmarca en la dirección apropiada para su nueva etapa en la gran pantalla. A destacar sus diálogos con las plantas y el vidente televisivo –¡un “spin off” para Manuel Morón ya por este papel!-. Y la última, y verdadera sensación -¡por fin tenemos a una pelirroja en el cine nacional!-, es la joven María Vázquez. Los que la conocimos en la fabulosa serie Raquel busca su sitio, ya sabíamos de su talento, pero quedó eclipsada entonces por la inconmensurable Leonor Watling. De secundaria en muchos títulos recientes a una pera en dulce que le abrirá nuevas e importantes puertas. Ellos son, entre otros, Tristán Ulloa, que últimamente me repite a menudo con sus papeles que estaba equivocado en un principio, Adolfo Fernández, muy poco hablador ni falta que le hace, y Antonio de la Torre, un todoterreno que será lo que él quiera y al que en la propia profesión, preguntes a quien preguntes, adoran –por algo será-. La banda sonora con aires de reloj marcando las horas acompaña los encuentros y desencuentros de sus personajes, personajes que, como canta Rosendo en su cameo particular, deben elegir sus maneras de vivir entre pared y pared.