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"Promesas del Este": aciertos prediseñados...

Seguro que os ha ocurrido en más de una ocasión. Seguro que más de una vez habéis pensado que nadáis contracorriente. A mí me ocurre con esta película, porque, al parecer, y a diferencia de la mayoría de los que la ven, no me parece para tanto. Y lo extraño es que no creo que sea cuestión de la película en sí, sino más bien de un mecanismo encendido hace tiempo en la filmografía de varios directores de esos que configuraban una generación tildada a sí misma de independiente. David Cronenberg, que firma este thriller sobre mafiosos rusos, sigue la misma senda que han recorrido ya otros como Gus Van Sant. Videodrome, La mosca, Existenz... eran películas con encanto, películas con una gran dosis de creatividad personal. Sin embargo, podemos visionar ahora la confirmación cuasi-definitiva de que otro de los “outsiders” por antonomasia se ha sometido a las reglas y a los convencionalismos del cine más comercial.

La incursión de una joven enfermera en las entrañas de la mafia rusa londinense, para localizar a través de su diario a la familia de una joven moribunda que ha dado a luz en el hospital en el que trabaja, es el argumento que le sirve a Cronenberg para ofrecernos de nuevo su reflexión sobre la violencia y sobre la decisión de involucrarnos o no en asuntos ajenos para hacer lo que se debe. El director, por tanto, no se reinventa ni en el fondo ni en la forma, sino que hace un calco milimétricamente preciso de Una historia de violencia, su anterior trabajo. Además de la temática de la cinta, y de alguna clonación secuencial, también repite actor protagonista: Viggo Mortensen vuelve a ser su mano derecha. Enfundado con una gabardina, y escondiendo su mirada tras unas gafas del sol cual reportero de CQC o Men in Black, el Capitán Alatriste despliega todo su poder de seducción. Sin embargo, como ya ocurría también en la anterior colaboración de este tándem, su personaje, el que más evoluciona en el metraje, esconde otro as en la manga en lo que a su identidad se refiere. Para que lo vayamos descubriendo, en lo que es uno de los mayores aciertos de la película, Cronenberg nos va dejando de manera intercalada pistas muy subliminales.

Sin duda, entre tanto calco, lo mejor son las interpretaciones. Si Mortensen está bien, Vincent Cassel, con borrachera o sin ella, y con el rollo gay que ambos se traen, está soberbio. En Estados Unidos le hemos visto en papeles menores, como en la saga de Danny Ocean, pero os recomiendo encarecidamente sus participaciones europeas, que le veáis, por ejemplo, justo al otro lado de la ley en Agentes secretos. Muy atentos a su futuro. Pero el vértice superior del reparto protagonista recae en Naomi Watts. La actriz demuestra que no tiene nada que envidiar a su compatriota de adopción y amiga Nicole Kidman. De hecho, por momentos, llega a guardar gran parecido con la ex de Tom Cruise. Mientras Kidman no está sabiendo elegir proyectos que le ayuden a mantenerse en la cima, Watts ha sabido escoger papeles como los de Mulholland Drive o 21 gramos que le están haciendo seguir el camino hacia esa misma cumbre. El veterano Armin Mueller Stahl, cabeza visible de los mafiosos, y que lo mismo ordena matar a sus quebraderos de cabeza como prepara una deliciosa tarta con pétalos de rosa, dota a su personaje, con gran maestría, de la bipolaridad propia de los capos mafiosos que por un lado son sanguinarios y por otro familiares. Una lástima que haya anunciado su retirada este actor al que recordaremos siempre por sus papeles en La caja de música o Shine.

A pesar de que la duración ronda los 90 minutos aconsejados, la cinta se hace muy tediosa y aburrida, una sensación que, aunque en otras cintas de su filmografía puede justificarse por esa condición de “cine de autor”, podría haberse minimizado en este caso si no se hubiese apostado por introducir narraciones en off de la joven muerta para contarnos su historia. Totalmente innecesario, como inexplicable resulta el hecho de la mezcla entre doblaje y subtítulos. ¡Y eso que unas cuantas dosis sangrientas y explícitas salpican la gran pantalla con mayor contundencia que en el antecedente del que se supone se proyecta para sobresaltarnos!. Dos degollados en primer plano, el desmembramiento de un cadáver y una pelea sublime en unos baños públicos con Mortensen en toda plenitud –sí señoras, sin toallas de por medio-, aportan el sabor del sirope de cereza en la cocina de la mafia. ¿Por qué este gremio siempre tiene como tapadera un restaurante?. ¡Mejor no pensar en que siempre que entramos en un restaurante de cocina internacional estamos entrando en la boca del lobo!. Cronenberg, precisamente, parece haberse devorado a sí mismo con tanto estímulo precedente, hasta el punto de que una correctísima puesta en escena es el envoltorio en el que trata de camuflar lo poco que queda de aquella brillantez de antaño en este título con reminiscencias a otros recientes como Negocios ocultos o Layer Cake. Ni merece la pena comentar la escena determinante en la que el sensacionalismo puro y duro se deja correr a su antojo. Por el contrario, ahora sólo restan ya cintas como la presente en las que uno puede darse cuenta de que, por mucho que un plano magistral de un niño recién nacido reanimado vía respiración asistida, sólo son aciertos prediseñados con desigual resultado.